Contra el pesimismo.
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En portada

Richard Ford

El amigo americano

Fotos: Óscar García

18.06.2024

El escritor estadounidense regresa con la luminosa y excepcional “Sé mía”, road novel tragicómica con la que, ahora sí, se despide definitivamente de Frank Bascombe, personaje memorable y testigo de excepción del día a día de un país al borde del ataque de nervios.

V

uelve Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944) y vuelve también la luz. El goce lector. El placer de ver la vida pasar de la mano de Frank Bascombe, el agente inmobiliario que fue periodista deportivo y es, será, Quijote suburbial en un país de centros comerciales colosales, monumentos ridículos y tragicomedias cotidianas. El amigo americano, rastrillando todo lo sembrado en las anteriores “El periodista deportivo” (1986; Anagrama, 1990), “El Día de la Independencia” (1995; Anagrama, 1996), “Acción de Gracias” (2006; Anagrama, 2008) y los relatos de “Francamente, Frank” (2014; Anagrama, 2015), y embarcado aquí en una última misión: cuidar de su hijo Paul, enfermo de ELA en fase casi terminal, mientras le prepara un memorable viaje final al monte Rushmore.

Una odisea marcada por la inevitabilidad de la muerte que un Ford en estado de gracia transforma en luminoso canto a la vida. “Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que antes”, leemos en la primera página de “Sé mía” (2023; Anagrama, 2024), portentosa novela que cierra (ahora sí) la serie Bascombe y que Ford, mirada glacial y altura imponente, ha venido a presentar con una maratoniana gira promocional que lo ha llevado a la Feria del Libro de Madrid, al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y, aquí y ahora, a la sede de la editorial Anagrama, donde despacha periodistas con imperturbable elegancia.

Creando mundos alternativos.
Creando mundos alternativos.


Entonces, ¿se acabó? ¿Es “Sé mía” el adiós definitivo de Frank Bascombe?

Así es. Ya he tenido suficiente. Si escribiera más sobre él tendría que tener casi la misma edad que yo, y no me resulta demasiado interesante lo que hacen las personas mayores. Podría escribir sobre él siendo adolescente, pero no; escribir libros grandes y largos es algo que ya no quiero hacer. He estado leyendo a Patrick Modiano y, bueno, creo que se puede escribir libros realmente buenos de 120 páginas. ¿Por qué no? Cuando escribes libros de 400 páginas, tienes 200.000 palabras que llevar a buen puerto, así que prefiero escribir libros de 125 páginas y tener que lidiar solo con 50.000 palabras.

No es la primera vez que se despide “definitivamente” de Frank y lo hace reaparecer al cabo de un tiempo.

Sí, pero nunca antes había tenido 80 años. Las cosas cambian cuando llegas a esta edad. Tu relación con el futuro se altera. Ahora sabes que quizá no dures más de seis meses.

¿Conserva aún esa pequeña libreta que utilizaba para anotar todo aquello que Bascombe podría decir o pensar?

Aquí está, sí (muestra una pequeña libreta de tapas grises que descansa bajo su teléfono móvil). Bueno, esta es nueva, la compré el otro día en Nueva York. Están las notas que voy tomando para la novela que tengo en mente para el año que viene. Tengo otras libretas, otras ideas. La verdad es que me llevó mucho tiempo ser capaz de dejar de tomar notas con la voz de Frank. Tenía tan incorporada su forma de pensar y su manera de relacionarse con el mundo que no pude deshacerme de él de cualquier manera.

Como una desintoxicación.

Un poco, sí. Pero, en realidad, más que una intoxicación, era mi manera práctica de negociar un mundo alternativo al mío.

Es curioso, porque se ha esforzado mucho en combatir y desmitificar esa idea de que los personajes cobran vida propia y manejan la voluntad del escritor. Siempre ha dejado claro que quien estaba al mando era Richard Ford, no Frank Bascombe.

Y es exactamente como dices. Pero eso no significa que haya sido fácil escapar de su voz. Que yo sea la autoridad no significa que ejercerla sea siempre sencillo.


“Sí, Paul se está muriendo y eso acerca también a la muerte a Frank, pero se trata de la vida entre un padre y un hijo. El hecho de que termine pronto no significa que haya menos vida. Es simplemente un tipo de vida diferente. Esa es una elección moral, y a mí me gusta tomar decisiones morales en los libros. Los días que pasan juntos están más vivos que nunca”


“Sé mía” es, entre otras cosas, un libro sobre la muerte y sobre un padre que se prepara para ver morir a un hijo por segunda vez. Y, sin embargo, no es un libro oscuro. ¿Cómo se consigue eso?

Bueno, no es difícil, porque en realidad es un libro sobre la vida, que es mucho más interesante que un libro sobre la muerte. Sí, Paul se está muriendo y eso acerca también a la muerte a Frank, pero se trata de la vida entre un padre y un hijo. El hecho de que termine pronto no significa que haya menos vida. Es simplemente un tipo de vida diferente. Esa es una elección moral, y a mí me gusta tomar decisiones morales en los libros. Los días que pasan juntos están más vivos que nunca.

Tan vivo está Frank que, mientras Paul está solo en casa con la muerte rondando, él no puede dejar de pensar en la masajista del Vietnam-Minnesota Hospitality. ¿Son momentos como estos los que acaban definiendo la condición humana?

Creo que sí. A ver, estás en presencia de tu hijo moribundo y estás fantaseando con una vida junto a una masajista vietnamita. Y al comienzo del libro, cuando Frank descubre por primera vez que Paul está enfermo, lo que realmente quiere hacer es encontrar la manera de llegar a la Costa Oeste para ver a una antigua novia. Así que no sé si esa es la condición humana, pero sí que es la condición humana de Richard Ford.

Por cierto, todo lo que tiene que ver con el local de masajes es deliberadamente incómodo. ¿Era esa la intención?

Cuando lo escribí no me hizo sentir incómodo. Al contrario: me encantó hacerlo. Pero supongo que puede incomodar a alguien, sí. En ‘The New York Times’ escribieron que estos pasajes eran vergonzosos. Un poco cringe. Pues muy bien. Ya lo superarán. La gente acude a un salón de masajes por motivos muy diferentes. ¡Frank ni siquiera va ahí buscando sexo! Y, si lo hubiese hecho, ¿qué?

Después de todos estos años, ¿cree que Bascombe ha sido un buen testigo de los cambios de la clase media en Estados Unidos?

Tengo que decir que no, pero porque no es eso lo que me interesa. Él no es un instrumento para calibrar la sociedad que lo rodea. Al contrario: es una forma de desviar la atención del lector. Lo que realmente me interesa es lo que puedo obligarle a hacer en un momento y un escenario concretos. Vale que de vez en cuando tienes que respirar y mirar hacia otro lado, y es entonces cuando me aprovecho de la sociedad y del caos mismo de la sociedad.

El observador de una América en descomposición.
El observador de una América en descomposición.


Hablando de caos: en “Sé mía” aparece Donald Trump, que en el anterior libro de la serie, “Francamente, Frank”, apenas había comenzado su carrera política.

Claro. Y sentí la obligación de, como mínimo, mencionarlo. Pero deja que te cuente una cosa. Hace muchos años, cuando trabajaba en “El periodista deportivo”, había una escena en la que tenía que decidir qué ropa llevaba puesta una chica que ve como un coche golpea una cabina de teléfono en un parking de un centro comercial. Lo primero que se me ocurrió fue una sudadera de Bruce Springsteen. O una camiseta. Pero luego pensé que no. De ningún modo. Porque si aparecía Springsteen por ahí, me robaría la escena. A Bruce, por cierto, le hace mucha gracia cada vez que le cuento esta historia, pero es verdad. Por eso sé que si pongo demasiado a Trump en el libro absorberá todo el aire de la habitación, que es lo que hace en la vida real. Así que, sí, aparece como música de fondo, como un eco recurrente, pero “Sé mía” no es una sátira política. Puede que sea una novela sacada de la era Trump, pero no es sobre Trump.

Frank y Paul planean un último viaje al monte Rushmore, pero buena parte de la novela transcurre en autopistas, centros comerciales y lugares tan pintorescos como el Palacio del Maíz de Mitchell. ¿Son estos los auténticos monumentos nacionales de Estados Unidos?

Sin duda, sí. Mira, donde yo vivo, en Montana, hay una tienda… Espera, que te la enseño (coge el móvil para buscar fotografías). Es Scheels, y es un Taj Mahal. Tiene cientos de pisos. ¡Tiene incluso una noria! Me encanta, pero es horrible. Espantosa. Y la amo. Pero escucha: cuando vivía en Michigan, estaba un día conduciendo con mi amigo Matt y pasamos junto a un vertedero lleno de chatarra y coches viejos. “Es feo”, le dije. “¿Y qué?”, respondió él. Fue uno de los momentos más reveladores de mi vida. Porque ¿de verdad eso era todo lo que yo podía decir al respecto? ¿Que era feo? Así que mi objetivo como escritor es ir más allá, buscar lo que tienen de interesante estos lugares. Un casino. Un centro comercial. Al fin y al cabo, nosotros los creamos y usamos. Algo bueno deben tener.

Me gustaría leerle un par de titulares de las entrevistas que ha concedido estos días.

Adelante.

“Ser novelista es un trabajo moral”.

(asiente)

“Escribo novelas para contribuir de alguna manera a la civilización”.

(vuelve a asentir)

Al final, ¿el humanismo puede más que el ego?

Caramba. No puedo responder a esa pregunta con sinceridad sin pensar que soy un egocéntrico (ríe). Puede que no sepa la respuesta. Quiero decir, si dijera que sí, que el humanismo es mucho más importante que el ego, eso sería una locura, y soy bastante egoísta para decir eso. No, creo que no sé la respuesta a eso.

Démosle entonces la vuelta a la pregunta. ¿Por qué escribe novelas?

Porque leo novelas. Es por eso. Si no leyera, no escribiría. Al final de mi adolescencia comencé a leer a Faulkner y pensé “vaya, aquí hay otro mundo”. Podía dejar el mío, que no era especialmente interesante para mí, y entrar en este otro mundo que estaba en el libro. Y al volver, llevaba una mochila más grande, con más sustancia. Creo que si puedes escribir libros tal vez le estés dando algo de valor a otra persona. Y lo que yo puedo ofrecer es mostrar que vale la pena prestar atención a la vida.


“Donald Trump, que quiere pensar que América solía ser importante y ahora no lo es. ¿Hacerla grande de nuevo? ¡Pero si nunca lo fue! Tuvo sus grandes momentos, sí, pero pregúntale a los afroamericanos. O a las mujeres que no podían votar. O a las personas a quienes se les impedía transicionar de un género a otro. ¿Su vida era mejor? De ningún modo”



Al final del libro, Frank reconoce que lee con admiración a jóvenes brillantes que saben escribir con precisión qué causa qué en la vida. ¿Le ocurre lo mismo a Richard Ford?

Oh, no. No. Esas son cosas que le hago decir a Frank pero en las que no creo. Pensé que sería halagador para los escritores jóvenes, pero no es lo que creo. En realidad me parece que los escritores jóvenes no son demasiado buenos en eso. Vale, Claire Keegan, por ejemplo, es extremadamente buena, pero tampoco hay un motivo por el que tenga que haber mucha gente en el mundo haciendo las cosas bien. Y no es que me haga feliz, me gustaría que hubiera más.

Leía el otro día una entrevista con John Banville…

¿Banville? Oh, vaya, no puedo esperar a saber qué dijo John. Veamos (se troncha).

Pues decía que el presente no existe, es solo algo que fluye, y que el pasado es lo único que tenemos.

Oh, me encanta. Me encanta. Es lo que hace John. Simplemente dice cosas, todas esas cosas. Es uno de mis mejores amigos, ¿sabes? He estado en escenarios con él muchas veces y sabes que de repente dirá algo. “¡Mierda! ¿De verdad quieres decir eso, John?”. Es divertidísimo. A ver. “Solo importa el pasado”. Me parto.

¿No vive siempre un escritor en el pasado, en cierto modo?

Bueno, yo escribo en primera persona y en presente para que el libro te mantenga pegado a ese presente, a esa vida. Como dijo Wittgenstein, “quien vive en el presente vive en la eternidad”.

Ha repetido últimamente que le apena ver que autores como John Cheever o John Updike parecen haber desaparecido del mapa, de la conversación literaria y social.

Odio eso, sí.

¿Le preocupa que pueda pasar algo parecido con sus libros?

No, porque sé que va a pasar. Y no me molesta. Pero sí me enoja que les ocurra a ellos, porque son muy buenos. Por ejemplo, mi amigo Raymond Carver fue un gran escritor hace 40 años, pero no escucho a la gente hablar mucho de él en este momento. Quizá regrese. Pero, ya sabes, el destino de los hombres viejos blancos está sellado. Y eso está bien, porque estamos ocupando un espacio que otras personas deberían poder ocupar. Dicho esto, nadie es muy bueno reinventando el pasado de manera justa. Cuando estás reinventando el pasado, siempre lo haces con una agenda. Se quiere convertir la historia en un arma. Como el gobernador de Florida. O como Donald Trump, que quiere pensar que América solía ser importante y ahora no lo es. ¿Hacerla grande de nuevo? ¡Pero si nunca lo fue! Tuvo sus grandes momentos, sí, pero pregúntale a los afroamericanos. O a las mujeres que no podían votar. O a las personas a quienes se les impedía transicionar de un género a otro. ¿Su vida era mejor? De ningún modo. Lo único que quieren los Ron DeSantis y los Donald Trump es ignorar a quienes no encajan en sus categorías. Y lo realmente lamentable de esto es que tenemos que esperar a que la historia los destruya.

En este sentido, ¿se presta atención a los escritores en Estados Unidos? ¿Son relevantes sus opiniones?

Para nada. De vez en cuando los miembros de PEN International se reúnen para lamentarse o apoyar algo, pero la norma general es pensar que los escritores solo saben de escritura.

¿Y cómo conseguirá entonces evitar que Trump gane las elecciones, como he leído que quiere intentar?

Bueno, yo escribo lo que escribo, pero puedo participar en las elecciones, puedo llamar a algunas puertas y, claro, puedo votar. Supongo que puedo hacer todo lo que esté en mi mano para sensibilizar a la gente que se preocupa por el futuro del país. Más allá de eso, sin embargo, no puedo hacer gran cosa.

El primer y el último capítulo de “Sé mía” tienen el mismo título: “Felicidad”. ¿Cuál es la idea de felicidad de Richard Ford?

Vivir con mi esposa. Pero, claro, siempre he vivido con ella. Así que lo realmente feliz es que todavía continúa. Todavía estamos ahí. No parece gran cosa, pero es lo único que hace que mi vida valga realmente la pena. ∎

Hora de decir adiós

“Sé mía”
(Anagrama, 2024)

Frank Bascombe se despide de ustedes, de nosotros, y lo hace a lo grande, con un monumento narrativo que funciona como una suerte de positivo de la más ceniza y melancólica “El Día de la Independencia” (1995) –el mismo hijo, un viaje parecido pero años antes– y que, por si quedaba alguna duda, corona a Richard Ford como el gran, grandísimo, novelista americano vivo. Una voz amiga que regresa por San Valentín, otra fecha señalada en un calendario salpicado de días absurdamente memorables, para celebrar la vida desde el umbral de la muerte. Porque “Sé mía” (2023; Anagrama, 2024; traducción de Damià Alou), con sus carreteras nevadas, sus idas y venidas de la clínica Mayo de Rochester y sus planes para visitar el monte Rushmore en una autocaravana, es una road novel tragicómica que solo puede acabar de una manera: con la muerte de Paul, el hijo enfermo de ELA al que Frank, que ya había enterrado otro hijo de apenas nueve años en “El periodista deportivo” (1986), cuida y acompaña a su manera en sus últimos días.

“Paul, en su silla de ruedas, respira rítmicamente, suspira, aspira, resopla, sus dedos verrugosos se agitan. A veces, mientras duerme, se ríe. Lo oigo a través de las paredes. En sus sueños, ¿sabe que tiene una enfermedad mortal?”, escribe Ford y dice Bascombe, quien minutos antes estaba embobado observando una extracción de rehenes en una casa cercana y, vaya por Dios, llegaba ya ridículamente tarde a la cita con su hijo después de quedarse con las ganas de darle a Betty, su masajista vietnamita, una tarjeta con la leyenda “Sé mía el día de San Valentín”.

Ese delicioso enredo, ese tropezar constante con la vida diaria del americano de a pie en un país al borde del ataque de nervios, es lo que maneja los hilos de “Sé mía” y guía los pasos de un Bascombe que, pese a su perenne extravío vital y emocional, busca a tientas las luces que puedan iluminar la penumbra. Porque, y esto nos lo dice Ford, que una historia no acabe bien no quiere decir que no sea digna de ser narrada con elegancia, entusiasmo y excepcional maestría. “Tal como van las cosas en mi vida y con la edad que tengo dudo mucho de que pueda volver a escribir un libro que esté a la altura de ‘Acción de Gracias’”, dijo el autor de “Canadá” (2012) en 2007, cuando se despidió en falso de Bascombe por primera vez y lo dejó atrapado en un atasco interminable. Por suerte, el tiempo le ha llevado la contraria y “Sé mía” no solo está a la altura de “Acción de Gracias” (2006), sino que brinda una inmejorable despedida a uno de los mejores personajes que ha dado la ficción estadounidense de las últimas décadas. ∎

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