Ironías de la vida, el
loser de los setenta hizo correr más ríos de tinta que Crosby, Stills & Nash, y convocó más público que el mismo Dylan en su última visita al Poble Espanyol. Sixto
Rodriguez, convertido ya en un fenómeno de masas también en España, fue guiado al centro del escenario y, con la única compañía de su electroacústica –cuerda de nilón–, arrancó con el estándar mexicano “Malagueña salerosa”. La noche no fue el desastre total que muchos temíamos, alertados por actuaciones previas, pero poco faltó: con las trabas de una reducida movilidad y un glaucoma, el cantautor puso todo su empeño en la reproducción de un cancionero de exquisito folk-soul-rock. Y la banda de soporte –diferente en cada país, en la tradición de Chuck Berry– poco pudo hacer para conjurar la magia instrumental de la plana mayor de Detroit/Motown de las grabaciones originales.
Después de las rockeras “Climb Up On My Music” y “Only Good For Conversation” y una aplaudidísima “Crucify Your Mind” –con una banda más ocupada en disimular los torpes rasgueos del jefe que en buscar matices–, empezó la tanda de versiones, preludiada con un recuerdo a Nina Simone. Incomprensiblemente, dejó en el zurrón algunas de sus mejores canciones en favor de papilla sónica digna de animadores de hotel de Benidorm: “Unchained Melody”, “Fever” y una renqueante “Lucille”, todas con prestaciones vocales sonrojantes. Ni en “Sugar Man” atinó a encadenar los acordes con fluidez.
La benevolencia con que el publico acogió una, más que discreta, amateur actuación se justifica por la básica inteligencia del que distingue realidad de ficción. Si te encuentras a Daniel Craig por la calle no le pides que salte de un tren en llamas. Del mismo modo, no se le puede pedir a un albañil jubilado que sea Jerry Garcia o Arthur Lee. Tampoco hubo decepción: su música carece del arraigo emocional en nuestra tierra –en realidad, “Sugar Man” es la canción del verano
hipster– como para provocarla. Falsa nostalgia. ∎