Hay conciertos que reconcilian con el mundo, que hacen parecer que las cosas siguen mereciendo la pena y que, ante el desánimo, está la música como tabla de salvación. La música de Weyes Blood rebosa belleza y verdad y en directo se multiplica como una cámara de eco infinita en la que retumban su voz celestial y sus melodías atemporales. Hora y media de emoción desbocada ante un público que asistía atónito al espectáculo. La tentación de registrar algún momento del concierto en los dispositivos portátiles parecía hasta grosera frente a la sesión de hipnosis colectiva de la estadounidense.
A las nueve de la noche, con una puntualidad llevada hasta el extremo, Natalie Mering –nombre real de Weyes Blood– y su banda aparecieron sobre el escenario de una sala La Paqui llena a rebosar. Ataviada con un vestido con capa que hacía las veces de túnica, parecía una mezcla de virgen pintada por Zurbarán y Anna, de “Frozen” –es un halago–. Con el pelo llegando a la cintura y sonrisa tímida, empezó su actuación con “It’s Not Just Me, It’s Everybody”, la primera canción de “And In The Darkness, Hearts Aglow” (2022): “Y en la oscuridad, los corazones brillan”, perfecta metáfora de su concierto madrileño. Con guitarra-teclista, pianista, bajista y batería secundando, consiguió replicar el sonido puntillista y psicodélico de sus discos, resultando vibrante y detallista al mismo tiempo.
En “Children Of The Empire” conjuró el espíritu Laurel Canyon sin parecer retro en ningún momento. No hay nostalgia, sino atemporalidad. Es lo que diferencia la verdadera creación del ejercicio de estilo. “God, Turn Me Into A Flower” fue un momento de belleza trémula que raramente se consigue en un concierto de lunes por la noche. Mering posee una voz sobrenatural, capaz de llegar a registros agudos –pero controlados– y que brilla especialmente en los graves, perfectamente afinados y sin perder un ápice de fuelle y expresividad.
Con las canciones de “Titanic Rising” (2019) llegó la comunión definitiva con el personal. “Andromeda” y “Everyday” sonaron jubilosas y el público se atrevió a corearlas. También lo hizo en “A Lot’s Gonna Change”, su particular homenaje a los Carpenters. Aceptó los DVDs que el público le trajo, lo que es ya un ritual en sus shows. Entre ellos “Hiroshima mon amour” (Alain Resnais, 1959) o “Mulholland Drive” (David Lynch, 2001). Al hilo de esta última, contó que la primera vez que tuvo un colocón fue con unos hippies con los que se estaba bañando en un pantano. Todavía con el subidón a cuestas, se fue al cine a ver la película y, en sus propias palabras, su vida “no volvió a ser lo mismo”.
Mención especial para “Diary” y “Seven Words”, las dos piezas que recuperó de su disco “From Row Seat To Earth” (2016). Cuando se le encendió la luz del pecho, esto es, la lamparita que lleva bajo el vestido y que ya enseñaba en la portada de su más reciente elepé, la sensación de estar presenciando algo genuinamente especial se impregnaba en el ambiente de la sala. El silencio arrebatador, solo roto por aplausos y alguna frase cariñosa, así lo atestiguaba. La apabullante “Movies” cerró la parte principal del set, antes de regresar de nuevo para interpretar la citada “A Lot’s Gonna Change” y una bonita “Picture Me Better”. Ella sola, con su guitarra acústica Guild. Un cierre perfecto para una velada inolvidable en la que hay que destacar a Núria Graham como telonera de lujo. Armada únicamente con guitarra española y piano eléctrico, desplegó con clase y solvencia sus canciones-río de estructuras abiertas y acordes misteriosos. Graham canta realmente bien y toca igual o mejor. El público lo agradeció con una estruendosa ovación. ∎