800 metros es la distancia que el 17 de agosto de 2017 recorrió el terrorista islámico fundamentalista Younes Abouyaaqoub, atropellando con su furgoneta a todos los transeúntes que encontró a su paso en las Ramblas barcelonesas. Es la distancia que recorrió –haciendo eses con el vehículo para impactar con el mayor número de gente posible– entre el inicio de las Ramblas y poco antes de llegar al Liceu. Paró entonces, tras esos horribles 800 metros, porque los cuerpos amontonados bajo las ruedas y el chasis del vehículo le impedían seguir. Hubo trece muertos y un centenar de heridos de distinta consideración. Es una imagen ya vista pero que, repetida varias veces en la miniserie que toma su título de esa fatídica distancia, sigue conmocionando, como lo hacen aún las tomas de los impactos de los aviones en las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.
Ambas acciones, y tantas otras vividas en lo que llevamos de siglo, ejemplifican una nueva forma de terrorismo contra el que apenas se puede hacer nada. Ahora que Isaki Lacuesta ha realizado “Un año, una noche” (2022), prodigiosa ficción sobre el atentado terrorista en la sala Bataclan de París el 13 de noviembre de 2015, otro cineasta inclasificable como Elías León Siminiani (Santander, 1971) ofrece en “800 metros” (2022) la reconstrucción documental de lo que ocurrió antes, durante y después de la matanza en las Ramblas y en el Paseo Marítimo de Cambrils (un muerto y doce heridos: los números, en documentales de estas características, no pueden evitar ser fríos), así como la explosión de la casa de algunos de los miembros de la célula en Alcanar.
“800 metros” no habla solo de los atentados de agosto de 2017 y, tirando un poco hacia atrás, de la creación del Estado Islámico en 2014. Siminiani dedica bastante y pertinente espacio a reflexionar sobre la incapacidad del Estado español para ocuparse de los que sobrevivieron al atentado, el crecimiento de la islamofobia, el cuestionamiento del concepto de integración (en Ripoll) a partir del miedo, la desconfianza y la psicosis o la relación entre la policía española y el imán que dirigía la célula. Se explica muy bien el comportamiento de este tipo de terroristas a partir de, por ejemplo, la quema de sus pasaportes: con ello están diciendo que no hay vuelta atrás, que no tienen intención de volver a la tierra de los infieles, que las consideraciones humanas de Occidente no les interesan, que la inmolación les da derecho al paraíso y a la compañía de 72 mujeres vírgenes. “Nosotros amamos más la muerte que ellos la vida”, es la conclusión a la que llegan mientras confeccionan, grabándose con el móvil, los explosivos caseros conocidos como “La Madre de Satán”.
Los fragmentos correspondientes a la declaración del mosso d’esquadra que mató a cuatro terroristas en Cambrils –que se encuentra sumido en estrés postraumático, depresión, miedo a que lo reconozcan y sentimiento de culpa por cómo todo ello afecta a su familia– abre la espita de la evaluación, negativa, sobre cómo se atiende anímica y jurídicamente a los que sobreviven a los atentados, la desprotección absoluta por parte de la administración. Y así están aún, casi cinco años después de aquel reguero de sangre producto de una lucha incierta entre bloques sociales, económicos y religiosos condenados a no entenderse. “Que la paz venga sobre ti, oh ciudad de paz”, reza una de las pancartas en uno de los actos de recuerdo del 17-A. Pero me quedo con la frase de Moussa Bourekba, investigador del CIDOB (Barcelona Centre For International Affairs) que abre el tercer episodio, suficientemente esclarecedora: “Los musulmanes consideran que matar a cualquier persona va en contra del islam”. Frase que dialoga con un primer plano –posterior, que se desenfoca– de una mujer musulmana llorando por cómo las tratan e insultan después de aquel viaje de 800 metros por las Ramblas de Barcelona. ∎