Quienes hayan leído “Tenemos la bomba de neutrones. La historia nunca contada del punk de Los Ángeles” (Marc Spitz y Brendan Willis, 2001) probablemente recuerden el episodio en que una horda punk pone patas arriba la mítica sala Troubadour durante un concierto de
The Bags, con Tom Waits como espectador del bolo y después coprotagonista del improvisado
aftershow al pelearse con Nicky Beat, por entonces batería de The Weirdos. Aquel testimonio correspondía a la cantante del grupo,
Alice Bag (Los Ángeles, 1958), una de las pioneras que desbrozaron el camino de la crepitante escena punkarra en la megalópolis californiana desde mediados de los setenta, cuando el brillo de las lentejuelas glam empezó a languidecer y se impusieron la penumbra del cuero, el filo de los imperdibles y los cortes de pelo a hachazos.
Alice Armendariz –así reza en la fe de bautismo, sus padres habían cruzado Río Grande desde México buscando una vida mejor– no estaba sola en tamaña jungla mestiza. En Los Ángeles había otros grupos mixtos o cien por cien femeninos –The Runaways, Germs, The Go-Go’s, X– y una de las cofundadoras de los Bags es Patricia Morrison, luego bajista en The Gun Club, The Sisters Of Mercy y The Damned. Tampoco fue la única persona chicana seducida por la llamada a la acción punk en aquel momento y lugar: The Brat, The Zeros, The Plugz, Los Illegals o Nervous Gender campaban por la ciudad expresando su descontento y sus anhelos envueltos en una maraña de vatios, con la amenaza de la era Reagan ya en puertas.
Aunque el recorrido musical de los Bags fuera exiguo –dos decenas de canciones rescatadas de registros en estudio, directos y maquetas que pueden escucharse del tirón en recopilatorios como
“All Bagged Up… The Collected Works 1977-1980” (Artifix, 2007)–, el valor de su aportación a la escena no lo es en absoluto. De hecho, la obra del grupo contribuye a documentar un estado de ánimo compartido por muchos de los coetáneos de Alice Bag. La protagonista de estas 450 páginas profundiza en la composición autobiográfica interesada en la procedencia de la familia y sus apreturas económicas, en la desestructuración del hogar en que creció, en la figura de un padre que maltrataba a su madre y con el que establece una inquietante relación que logra resolverse en tiempo de descuento, o en la violencia sistémica circundante que no contemplaba la diversidad como algo positivo.
Es en ese contexto de exclusión multidireccional –el nuevo capitalismo sigue dando la patada a las clases menos favorecidas y a las minorías, pero en el entorno inmediato de estas también funcionan mecanismos de opresión– donde el punk aparece como posible tabla de salvación y vía de expresión renovada, libre de cortapisas. Por eso no debe extrañar que una de las premisas escénicas de los Bags fuera cubrirse el rostro con bolsas de estraza, era una manera sencilla y efectiva de extender el anonimato más allá de los nombres y apellidos porque debajo de aquel papel marrón podía estar
cualquiera.
Como buen relato de mayoría de edad que es,
“Violence Girl. Historia de una punk chicana” (Violence Girl. East L.A. Rage To Hollywood Stage. A Chicana Punk Story”, 2011; Liburuak, 2025; traducción de Dolores Méndez) recoge buena parte de lo vivido por Alice Bag y su descastada tropa en aquellos años de descubrimiento, sin renunciar a ninguno de los ingredientes habituales en este tipo de narración –escarceos sexuales, dependencias sentimentales, probaturas tóxicas, debacles escénicas, miserias grupales– ni escatimar en detalles o eludir asuntos tan dolorosos como la pérdida de buenas amistades, el suicidio de colegas o el sometimiento sufrido por su madre.
En el tramo final del libro, cuando los Bags parten peras y ella abandona el edificio Canterbury que acogía a esa nueva escena angelina para empezar a reconciliarse con su pasado y con su estirpe, florecen otro tipo de memorias –las de la estudiante, la docente y la activista: los diarios de su voluntariado en la Nicaragua revolucionaria de mediados de los ochenta quedaron recogidos en
“Pipe Bomb For The Soul” (Autoeditado, 2015) y pueden leerse
aquí mismo– que siguen aportando claves para comprender un poco mejor a esta artista polifacética y comprometida con su ideario que no está por la labor de tirar la toalla creativa. Si se asoman sin miedo a
“Jungle Cruise” (In The Red, 2025), el tonificante álbum de Juanita & Juan –Bag y Kid Congo Powers,
otro chicano punk con vitola de superviviente–, podrán comprobarlo. Y verifiquen lo bien que se le sigue dando el asunto de las canciones electrizantes escuchando discos como
“Sister Dynamite” (In The Red, 2020). ∎