Un día conoces a alguien y no sientes mariposas en el estómago, sientes electricidad. Ese alguien te trastoca el momento justo y necesario y te preguntas: “¿Cómo se quita uno el deseo de encima?”. Es una buena pregunta la que se hace el protagonista, sobre todo si lo ves en medio de un dilema que afecta a una relación de amistad y si su condición de negro en una ciudad de blancos no hace más que inflingirle dolor, miedo y cansancio.
Ya sabemos que el amor romántico –entendido como aquel amor posesivo, enfermizo y celoso que roza, si no es que toca directamente, la violencia– no es la panacea a nuestros problemas ni el formato ideal de relación. Pero en este proceso, ¿nos hemos negado historias de amor que tienen parte de romanticismo por el hecho de traicionar nuestras ideas? “Aguas abiertas” (“Open Water”, 2021) es una historia de amor –en ciertos momentos os podría traer reminiscencias de “Gente normal” (2018), de Sally Rooney– con las sensaciones y las dudas hechas abismos, pero con una prosa delicada y original que nos incita a ir avanzando para descubrir el desenlace. Además, Caleb Azumah Nelson (Londres, 1995) lo riega todo con una banda sonora de lujo y hace desfilar entre sus páginas a Kendrick Lamar, Solange, Frank Ocean, A Tribe Called Quest, Erikah Badu y un largo etcétera de músicos que oscilan entre el hip hop, el jazz, el funk o el soul. Y es que sin la música seguramente no se podría entender el libro de principio a fin, porque el autor la utiliza como metáfora y el protagonista como refugio (ver esta lista de Spotify).
Pero si algo encontraremos en “Aguas abiertas” es, sobre todo, negritud. Porque aparte de la música hecha por personas negras, también hallamos referencias literarias como Zadie Smith, cinematográficas como Spike Lee o artísticas como Lynette Yiadom-Boakye. Y sumémosle el grito de realidad para los que no tenemos que preocuparnos por el color de nuestra piel: entenderemos, como si el autor nos estuviera paseando de la mano por Londres y nos enseñara sus circunstancias una a una, cómo el racismo sistémico y cotidiano obliga a quienes lo padecen a politizar toda la experiencia vital. El menosprecio, la arrogancia y la sospecha como focos que apuntan e interrogan siempre hacia la misma dirección y, sí, el mismo color de piel. Como dice el protagonista: “Una cosa es que te miren, y otra muy distinta, que te vean”; palabra de fotógrafo demasiado acostumbrado a ser mirado y no visto.
La reflexión no se queda ahí: también hay una mirada sincera sobre la familia, sobre la amistad y, especialmente, sobre la masculinidad, en concreto sobre aquella que le tiene miedo a la vulnerabilidad y se queda inmóvil ante el precipicio de la interdependencia. Porque el miedo a tener o ser tenidos en cuenta, a importar o a hacerse cargo de algo que vaya más allá de uno mismo, paraliza y desubica. Y el riesgo puede ser ahogarse. La cuestión es si estaremos convencidos y preparados para decir la verdad y nos dejaremos sujetar por alguien en mar abierto o nos ahogaremos por instalarnos en limbos infinitos que nos parten el corazón. ∎