Parece un retrato minucioso de personaje pero es el de una circunstancia. Colectiva, además. Porque si el fisco, efectivamente, somos todos, “Celeste” (2024) vendría a ser la parte por el todo, una miniatura que desde los presupuestos de un “thriller tributario” –astucia con que se anuncia la serie– hace de Carmen Machi el pedazo maltrecho de dignidad que todavía puede ser esta península nuestra, este país con el ánimo por los suelos pese a su temperamento y pese a los ritmos calientes y pese a quien pese.
Detrás de ese almanaque mural paradigma de la obsesión procesal, y más allá de los dejes de justiciero urbano de Sara Santano (Carmen Machi) en el desenfundar sus credenciales, “Celeste” alberga la auténtica gravedad de la comedia, esa cualidad clemente para con la especie que es entraña y médula del miserabilismo como género, y cuya confección solo está al alcance de escritores y artistas sin doblez, o al menos de talento franco y considerable. Poca broma aquí. El reír por no llorar como único modo de estar en el mundo y la disposición natural para rescatar a sus personajes de la mediocridad a toda costa son los aperos con que cuentan el creador y guionista Diego San José (Irún, 1978) y la directora Elena Trapé (Barcelona, 1976) para templar esa compleja ingeniería de la llaneza y lo verdadero que impulsa “Celeste”.
Eficaz en todas sus inquietudes, entonada en un costumbrismo que esta vez rehúsa muy conscientemente el esperpento, inspiradísima en sus diálogos –que no solo dicen, sino que aluden, aciertan y resuenan– y bendecida por la generosidad de unos actores tan bien orientados como después protegidos en el cariño del montaje (lo de Machi y Manolo Solo es brujería), “Celeste” es la soledad del verdugo, el amor como posibilidad y el tiempo inexorable, esas movidas más o menos graciosas, más o menos tristes, al fin un poco las dos cosas y de ningún modo la una sin la otra.
Quien dice comedia lo mismo está diciendo desdicha, infortunio, una piel de plátano, y quien dice thriller taciturno dice aquí noir clásico, modélico, bien pochado, de individuo solano y pesaroso por nuestra condición, porque un día va y resulta que la ha comprendido, que sabe lo que somos. Sara Santano no es que desistiera de perseguir la felicidad, es que en su vida alcanzó apenas a intuirla; pero ahora, en su mirada desconsolada de tiempo vibra un recuerdo de esperanza, la posibilidad de salvar los muebles de un país averiado y ridículo de corazón. Y como un Ethan Hunt sumido en la ineptitud física y degradado a la ordinariez burocrática, desilusionada y con la convicción justa, se afanará, en esta última misión de pesquisas y papeleos, en defender al menos una idea: la de que lo público, lo común, aquello que nos iguala (y esa es una de las definiciones de la comedia) es nuestra última posibilidad para lo humano. ∎