Cómic

Charles Burns

Laberintos 3Reservoir Books, 2024

Brian es un adolescente introvertido e inestable, hijo de padres separados, que convive con su madre alcohólica, se enamora de una chica pelirroja e inalcanzable, Laurie, y está obsesionado con rodar películas de ciencia ficción. Sobre él gira la historia vertida por Charles Burns en las tres entregas de “Laberintos”. Burns es un autor paciente. El primer volumen apareció en 2019, el segundo en 2021 y el tercero en 2023 (todos editados en España por Reservoir Books en 2022, 2023 y 2024, respectivamente). Curiosamente, primero se publicó en Francia por la firma Cornélius con el título de “Dédales”, que es el escogido para la edición española pese a que en su interior se cita un título en inglés, “Screen”, más ambiguo y a la vez determinante dada la importancia que en la historia tienen dos películas estadounidenses míticas por distintas razones. La trilogía aparecerá en Estados Unidos el próximo septiembre en un solo volumen, “Final Cut”, título también muy cinematográfico.

Brian es, gráficamente, una prolongación de Keith, uno de los personajes principales de “Agujero negro” (1995-2005), y de Doug, el aún más curioso protagonista de la anterior trilogía de Burns, la formada por “Tóxico” (2010), “La colmena” (2012) y “Cráneo de azúcar” (2014), recopilada en un solo tomo con el título de “Vista final” (2018). En la secuencia inicial de la primera entrega de “Laberintos” lo vemos dibujando su autorretrato, un cuerpo humano con cabeza de cerebro bulboso con tallos –en realidad, como descubriremos después, su concepción del extraterrestre que llega a la Tierra y la siembra con sus esporas–, mientras contempla su rostro en la superficie cromada de una tostadora. Está en la cocina de una casa durante una fiesta. Fuera, el mundo sigue. Decenas de jóvenes conversan, bailan y beben. Brian está absorto en su mundo hasta que alguien le roza el hombro. Es Laurie, una chica encantadora de la que se enamorará. La delicadeza con que Burns dibuja sus facciones no es una contradicción dentro de los oscuros mundos del autor: Laurie es lo más parecido a una esperanza de realidad que puede habitar en los laberintos mentales de Brian, personaje masculino destinado –o condenado–, como casi siempre en Burns, a un mal final.

Unas páginas más adelante del primer volumen, Brian y Laurie se rencuentran en la fiesta de cumpleaños de Jimmy, el amigo con quien Brian rueda sus películas. La fiesta consiste en la proyección de viejos filmes de monstruos en 8 mm. En este pasaje, la voz narrativa, que hasta entonces había pertenecido a Brian, pasa a Laurie, y esa alternancia será constante en la trilogía. Los dos van al cine a ver uno de los filmes predilectos de él, “La invasión de los ladrones de cuerpos” (Don Siegel, 1956), título de oro del cine fantástico en plena Guerra Fría y fobia anticomunista. Pero para Brian, las imágenes, recreadas meticulosamente en blanco y negro y viñeta ancha por Burns, tienen otro significado. En el segundo tomo, una página cenital con Brian tumbado en un claro del bosque, de noche, dentro de su saco de dormir, lo asemeja a una larva de gusano o al cuerpo que empieza a ser poseído por las vainas alienígenas de la película de Siegel.

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La tercera entrega, recién editada, toma como hilo conductor la fascinación que el visionado de “La última película” (Peter Bogdanovich, 1971) ha tenido en Brian. Si los ultracuerpos alimentaban su vena más fantasiosa, tanto en su faceta de espectador adolescente e inmaduro como en la de procaz realizador de películas domésticas para las que somete a sus amigos a largas jornadas de agotador trabajo, la espléndida e influyente obra de Bogdanovich sirve para fortalecer en su imaginario la relación con Laurie, mezcla de amor platónico y fantasía carnal. Burns dibuja con afecto extremo los cuerpos y los rostros jóvenes de Cybill Shepherd y Jeff Bridges al rememorar escenas clave de “La última película”, a la vez que los convierte en máscaras de los propios Laurie y Brian. Es en un blanco y negro cálido y grisáceo en sintonía con las ilustraciones en sepia que reproducían una novela gráfica romántica al principio de “La colmena” y, por lo tanto, lejos de los contrastes rugosos y las manchas negras de obras suyas como “El Borbah” (1983-1985), “Big Baby” (1983-1992, que incluye la célebre “El club de sangre”), “Skin Deep” (1988-1993, un tomo que recopila historias como “Burn Again” y que acaba de reeditar aquí La Cúpula) o la misma “Agujero negro”. En esas fugas, en esas pantallas, encuentra Brian algo remotamente parecido a una paz interior, aunque en su mundo todo se quiebra con facilidad y al fin y al cabo él mismo reconoce que “toda la película es… ¡como si te dieran una hostia!”, refiriéndose a la de Bogdanovich.

En este relato de encuadres geométricos de rostros, estancias, senderos y rocas, estilizado en todas sus composiciones y tratamiento de los colores, la historia de Brian se descentra hacia la de Laurie participando siempre la una de la otra. Hay analogías preciosas, como una viñeta de “Laberintos 2” en la que la chica acaricia su reflejo en el agua del lago y después se chupa los dedos de la mano, y su correspondencia en “Laberintos 3” cuando la misma Laurie posa sus dedos sobre los labios de Tina, la chica enamorada de ella, y esta los saborea con idéntica delectación. Mientras el resto de los personajes construye su identidad, Brian no para de filmar. Los cuadernos de dibujo y la cámara cinematográfica son sus apéndices, el ancla con una realidad difusa que concluye con una imagen amorosa que solo puede ser anhelada y soñada, jamás materializada. ∎

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