De la película “Club Zero” (2023), que pasó por la pasada edición del Festival de Cannes y hoy se estrena en España, subyacen varias técnicas típicamente utilizadas por los cultos. Desde sus primeras imágenes, en las que un grupo de chavales cambia la disposición de un aula para sentarse en círculo como dinámica de grupo, hasta el discurso de “nosotros contra el mundo”. Desde los uniformes que visten los protagonistas a los cánticos gregarios que comparten. Con esta repetida idea baumaniana sobre la vigilancia, la realizadora austriaca Jessica Hausner ha vuelto a poner en juego el tabú y el cinismo a través de temas de tremenda enjundia social, como ya hiciera con el suicidio romantizado, en “Amour Fou” (2014), o con la comprometida felicidad individual, en “Little Joe” (2019).
Esta vez, Hausner parte de la parodia sobre las alternativas alimenticias y las dietas extremas para advertir, en realidad, sobre la ciega devoción hacia los mesías de la contemporaneidad. La señorita Novak (Mia Wasikowska) comienza a impartir clases de “alimentación consciente” en un instituto privado de jóvenes talentos. Con sus influyentes lecciones, propone a su alumnado adolescente drásticas alternativas a su nutrición consumista, con técnicas como la ralentización del masticado e incluso la llamada “monodieta”. Este es solo el comienzo de una propagación de ideas extremas, que hace saltar las alarmas entre las familias de los estudiantes.
En tiempos de Instagram, influencers y relojes que cuentan los pasos diarios, sería sencillo sustraer de la diluida sátira de Hausner un debate sobre la distorsión del cuerpo y los trastornos alimenticios. Sin embargo, da la sensación de que la directora de “Hotel” (2004) prefiere centrarse en una cuestión más política sobre los peligros a los que se exponen las mentes más influenciables. Hausner descentra el relato de la única celebridad de su elenco –Wasikowska, en el rol de una prescriptora pasivo-agresiva, escasamente explorada– para albergar la narración coral a través de los efectos que sus dictámenes tienen en la vida de sus alumnos.
El guion de “Club Zero”, escrito a cuatro manos entre Hausner y Géraldine Bajard, se descubre volátil conforme transcurre la historia. Recorre caminos que parecen recién asfaltados por las guionistas, con una intencionalidad clara de llevar la premisa hasta la más esperpéntica de las situaciones. Con todo, sitúa al espectador en el lugar de los consternados padres de las criaturas, cuyos vanos intentos por entender lo que está sucediendo en sus vidas caen como una negativa visión de la comunicación familiar de hoy en día.