Serie

Dan Da Dan

Fūga Yamashiro & Abel Góngora(T2, Netflix)
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La segunda temporada de “Dan Da Dan” (2024-) llega como una explosión controlada, una demostración de que la locura también puede tener método. Si la primera entrega fue una revelación en tanto que improbable fusión de comedia juvenil, terror yokai y ciencia ficción pulp, esta segunda confirma a “Dan Da Dan” como una de las series más originales y emocionalmente inteligentes del anime contemporáneo. El estudio de animación japonés Science SARU no solo ha repetido la hazaña: la ha amplificado, convirtiendo el caos en un lenguaje poético propio.

Desde el arco inicial, “Evil Eye”, la sensación de escala y ambición es evidente. La historia retoma inmediatamente los acontecimientos del final de la primera temporada, con Momo Ayase, Ken “Okarun” Takakura y Jiji Enjoji enfrentándose a una familia de caseros que resultan ser los guardianes de un antiguo culto. Lo que podría haber sido un simple episodio de exorcismo se transforma en un espectáculo grotesco y apasionante: casas encantadas, rituales de sacrificio, entidades de otro mundo. Pero bajo esa superficie delirante late algo más íntimo: el miedo a heredar los pecados y los traumas de los adultos.

Ahí reside la grandeza la serie de Fūga Yamashiro (Kioto, 1983) y Abel Góngora (Barcelona, 1983). En lugar de burlarse de su propio disparate, se lo toma en serio. Science Saru logra que lo absurdo tenga peso emocional. Los monstruos, los alienígenas, los fantasmas y las reliquias esotéricas no son meros adornos de la trama: funcionan como proyecciones del deseo, la culpa y la confusión adolescente.

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El eje de la historia sigue siendo la relación entre Momo y Okarun, que aquí alcanza una madurez inesperada. Su dinámica romántica continúa siendo el corazón del relato, pero el guion la sitúa en un contexto más oscuro y ambiguo. Momo se afirma como protagonista emocional (una médium en busca de equilibrio entre lo racional y lo espiritual), mientras Okarun lidia con su propia inseguridad y con la extraña dualidad de sus poderes. En torno a ellos orbitan Jiji y Aira, dos personajes que introducen matices de vulnerabilidad, deseo reprimido y humor absurdo. La serie consigue lo que pocos shonen logran: convertir la tensión romántica en una fuerza dramática tan potente como cualquier batalla.

El arco de la familia Kito, con su mezcla de horror rural, crítica social y tragedia familiar, es quizás el punto más alto de esta temporada. Los Kito son un ejemplo de cómo “Dan Da Dan” puede transformar lo grotesco en una metáfora sobre la corrupción moral y el miedo a lo desconocido. El “Gran Señor Serpiente” encarna tanto el terror cósmico como el peso de las creencias heredadas. Lo que empieza siendo un simple enfrentamiento sobrenatural acaba convirtiéndose en una meditación sobre la fe ciega, el poder y la transmisión del trauma.

Pocas series recientes se atreven a mezclar lo grotesco y lo sublime con semejante naturalidad. “Dan Da Dan” lo hace desde una convicción total: que lo corporal, lo ridículo y lo espiritual forman parte del mismo continuo emocional. Lo sobrenatural no es una evasión, sino una traducción visual de la ansiedad, el deseo y la fragilidad humana. ∎

Variedad de registros.
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