Desde que hace dos años Sajalín comenzó a introducir en España la obra de Donal Ryan (Nenagh, 1976), quedó claro que nos encontrábamos ante una de las voces más personales que nos ha brindado el mundo literario de esta última década. Portador de un estilo trufado de realismo poético, su capacidad para describir con detalle cada escena arrastra al lector/a hacia el centro de las viñetas vitales y recuerdos que, como en este caso, hilan los hechos narrados en “La única certeza” (“All We Shall Know”, 2016; Sajalín, 2021), tercera de las cinco novelas de Ryan, que ratifica el genio mostrado por el autor irlandés en sus dos libros publicados anteriormente dentro de nuestras fronteras.
Al igual que ya ocurría en “Corazón giratorio” (2012; Sajalín, 2019: mejor libro del año en Rockdelux) y “Un año en la vida de Johnsey Cunliffe” (2013; Sajalín, 2020), Ryan se postula como entomólogo de las vidas al margen que conforman el genoma irlandés social de estas últimas décadas. Así sucede en esta tragedia, preñada de una devastadora sensación de soledad, donde la crudeza de los hechos siempre es atemperada por la compasión mostrada en todo momento hacia un círculo de personajes en el que la profesora de instituto Melody Shee, de treinta y tres años, es el centro del compás que describe la circunferencia de hechos expuestos, en torno a su embarazo fuera del matrimonio con un traveller de diecisiete años.
Las ruinas emocionales causadas por este suceso definen el cúmulo de contradicciones sufridas por un personaje que, a través de la amistad-salvavidas que forja con la joven Mary Crothery, encuentra alivio en una situación que, finalmente, acaba dinamitando en un géiser de disputas concentradas en ambas.
En torno a la ficción creada por esta brújula argumental, Ryan pinta un fresco social devastador, donde confronta el cariño del padre de Melody hacia su hija con el repudio manifestado por la misma. De esta lucha de extremos brota un cúmulo de momentos confesionales surgidos desde las entrañas de un ser que, en el primer párrafo de la novela, declara abiertamente el deseo de suicidarse, lo cual no deja de ser un apunte acerca de la preocupante tasa de suicidios que, a día de hoy, hay en Irlanda; aunque, sobre todo, en la adolescencia.
La cuestión del suicidio es otro de los temas tratados con más fiereza en estas páginas, divididas en capítulos que describen las diferentes semanas del embarazo de Melody, con un epílogo clarividente, donde Ryan muestra la inspiración que lo llevó a dar vida a los personajes que conforman este mural aterrador, pero profundamente humano, de seres arrastrados al exilio social. Y que él ha enmarcado en una muestra excepcional de respeto hacia los que integran tan abrumador carrusel de la vida, del cual se impone un hecho por encima de todos: pocos autores de hoy en día quieren tanto a sus creaciones como Ryan. Quizá porque sabe que no dejan de ser espejos en los que, ya sea desde la distancia o la empatía absoluta, reflejan nuestros miedos más interiorizados y la verdad que anida en las relaciones sociales cuando, tal como es el caso, son mostradas sin cortapisas ni escudos contra los deseos que dan cuerda a nuestra verdadera naturaleza. ∎