Con las antenas bien orientadas hacia los nuevos puntos de fuga de la literatura irlandesa –busquen en su catálogo a Colin Barrett o los deliciosos policiales de Gene Kerrigan–, Sajalín rescata ahora a
Donal Ryan (Nenagh, 1976), autor que amasó un buen número de premios con su primera novela y llegó incluso a colarse en la lista de finalistas del Booker Prize, pero al que nadie se había dignado a traducir aún al castellano.
Demos gracias, pues, a la editorial barcelonesa por habernos suministrado uno de los arranques más poderosos y demoledores de la temporada –
“Mi padre sigue viviendo al final del camino, después de la represa, en la casucha donde me crié. Voy a verlo todos los días para comprobar si se ha muerto, y todos los días me decepciona”, puede leerse nada más pasar la cubierta– y, ya puestos, por asomarse al abismo de la gran recesión de hace una década, justo ahora que parece que vamos camino de estamparnos a gran velocidad contra la misma piedra.
Porque, en efecto,
“Corazón giratorio” (“The Spinning Heart”, 2012; Sajalín, 2019) es una novela armada a partir de los escombros humanos y materiales que dejó la burbuja inmobiliaria irlandesa cuando explotó en mil pedazos; un preciso y desolado retrato de lo que ocurre cuando una comunidad pequeña y cerrada, un vecindario macerado en un caldo tóxico de envidias y rencores, acaba arrasado por las implacables leyes del libre mercado. Un descarnado y a ratos redentor vistazo al paisaje después de la batalla que Ryan concibe como una serie de monólogos encadenados en la que cada personaje aporta su granito de arena y su paletada de cal.
Es así como el autor construye un puzle a escala de la sociedad irlandesa, repleto de urbanizaciones fantasma, familias disfuncionales aferradas a sus secretos y personajes de una humanidad a ratos aterradora. Ahí están, por ejemplo, ese hombre que se alegra de estar casado porque así puede ir al teatro (
“¡Imagínate que se enteran que has ido al teatro solo!”, dice) o la madre del contratista que deja tirados a todos los trabajadores del pueblo (
“Pienso en Pokey y siento asco, de él y de mí”) trazando las líneas maestras de una novela escrita como a puñetazos. Un relato coral que se lee con un nudo en el estómago mientras por las páginas desfilan granujas de medio pelo, hígados hechos trizas, granjas que se esfuman en la barra del pub entre pinta y pinta e incluso un asesinato y un secuestro. Una copia al carboncillo del pasado reciente que, visto lo visto, se parece sospechosamente al futuro que está por llegar. ∎