Una de las inundaciones más duras que se recuerda en el territorio de la Vega Baja fue la del pasado 2019, en la que el arrastre torrencial del río Segura llegó a producir hasta ocho muertes. Entre Murcia y ese pueblo-poeta del fin de la Comunidad Valenciana llamado Orihuela, el agua escasea para regar los campos en ocasiones y otras veces sus habitantes temen el desbordamiento del trasvase. Precisamente de la mística Orihuela llega la directora Elena López Riera, una mujer que encarna esa aceptación y rechazo por la tierra: decidió marcharse del lugar que la vio nacer, pero ha vuelto para desarrollar todo un perfil cinematográfico en torno al paisaje, el costumbrismo y la mitología local de la España agricultora.
Si existieron afluentes de ideas entre López Riera y Carla Simón cuando compartieron residencia en el Cinéfondation del Festival de Cannes en 2018, sin duda se percibe en la renuncia al artificio planteado por ambas en sus respectivas trayectorias, y concretamente en “El agua” (2022) y “Alcarràs” (2022). Pero no solo hablamos de sus parecidos estilísticos, sino también de una puesta en común estructural, en la que unas realizadoras entrecruzan sus impresiones con otras, debaten, repasan sus guiones o participan en laboratorios. La horizontalidad en el cine español transcurre a través de una generación de mujeres conectadas entre sí y consigo mismas, como López Riera, Simón, Clara Roquet o Pilar Palomero, que recuerdan su juventud, desarrollan una intuición en la pequeña cotidianeidad y señalan los síntomas, a escala individual, de un conflicto social.
Bajo esta proposición, la precariedad, el trato machista o el estigma social hacia las mujeres solteras van emergiendo en “El agua”. La película cuenta la historia de Ana (Luna Pamiés), una chica adolescente que pasa el verano entre salidas nocturnas con sus amigas, conversaciones con su abuela (Nieve de Medina), planes secretos de fuga con el chico al que está conociendo (Alberto Olmo) y cigarros compartidos con su joven madre (Bárbara Lennie). Ana está preocupada por las leyendas que circulan por el pueblo acerca de una novia enamorada del agua a la que el río se acabó llevando consigo. Ahora que se anuncia una nueva riada y que prevé un futuro incierto, Ana desea salir del pueblo como nunca antes, pero al mismo tiempo siente una extraña fuerza que la retiene.
Lo sobrenatural en el territorio levantino de López Riera se suma a una serie de miradas –véase Chema García Ibarra, en Elche, o Ion de Sosa, en Benidorm– que reivindican la posibilidad de contar historias descentralizadas de las grandes capitales. Con un paso decidido al estimulante juego entre formatos, la ficción de López Riera acoge el noticiero, los vídeos virales y el documental como parte intrínseca de su narración, aunque en ocasiones su mecanismo resulte ciertamente forzado. Durante el relato se intercalan las intervenciones de algunas mujeres del pueblo que hablan a cámara sobre su relación con la popular superstición, su miedo a ser llevadas por el río o sus deseos de sentirse abrazadas por el agua. Más naturalizada queda la atenta observación de las tareas obreras a través de la fotografía detallada de Giuseppe Truppi. Los brazos tatuados de los jóvenes agricultores, las acequias abiertas o las pinceladas de colores sobre el plumaje de las palomas hablan por sí solas de una vida alejada de la gran urbe. Lejos también de la idealización del campo, las secuencias sobre las aguas sucias del río o el cadáver de una cabra flotando en el agua recuerdan por otra parte la violencia de la naturaleza, la contaminación del paisaje y, en definitiva, un contacto más directo de los pueblos con el fin de las cosas, la soledad y la muerte. ∎