El último verano de los sesenta, ese trágico 1969 salpicado de sangre y locura, será también el que acompañará a Evie durante el resto de sus días. Ella, que sigue al dedillo los consejos de las revistas para adolescentes, fantasea con el hermano de su mejor amiga, chupa pilas para tratar de imaginar la magnitud de un orgasmo y, en fin, hace todo lo que se supone que tiene que hacer una chica de 14 años, es el pilar maestro sobre el que
Emma Cline construye su asombroso debut mientras radiografía de forma magistral los escozores y servidumbres de la adolescencia. A partir de aquí, la historia es tan sencilla como emocionalmente compleja: Evie descubre por casualidad a unas jóvenes que viven en una comuna a las órdenes de un gurú llamado Russell, trasunto de Charles Manson, y el flechazo instantáneo por Suzanne, una de las chicas, la llevará a acercarse cada vez más a esa extraña “familia” que vive en un rancho entregada al amor libre y al sexo supervisado.
Así, con esta suerte de relato de iniciación y deformación que se bifurca para dar voz también a una Evie ya adulta que rememora aquella obsesión adolescente, Cline anuda el final de la edad de la inocencia a la muerte de los sesenta y trenza entre frases poderosamente hipnóticas, paisajes de gran belleza literaria y personajes absorbentes un espléndido relato de lo que supone proyectarse en los demás, convivir con uno mismo cuando todos los sentimientos y las emociones están a flor de piel y crecer sin brújula ni manual de instrucciones. Siempre habrá quien quiera ver todo esto como un perverso producto de marketing, pero nada de eso. Hay autora y, sobre todo, hay novela. ∎