Serie

Fantasmas

Julio Torres(T1, Max)
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Te interese más o menos su universo estético, Julio Torres tiene una cualidad distintiva de los genios: su mirada siempre se desvía de lo obvio, encontrando dimensiones nuevas e imprevistas a cualquier imagen, objeto o concepto dado. Su primer especial de comedia, “My Favourite Shapes” (2009), ya rompía con las convenciones del género para devolvernos lo que parecía un nuevo sabor de humor, en el que formas geométricas, objetos inanimados, conceptos abstractos y animales humanizados saltaban al primer plano mediante un ejercicio de imaginación desbordante.

Torres habla el idioma caótico y nativo de las redes sociales de nueva generación. Tan atractivas como incomprensibles y arbitrarias para el espectador externo, su integración en el audiovisual tradicional es uno de los mayores retos al que este se enfrenta, soliendo preferir ignorarlas o moralizar desde fuera de las mismas. No así “Fantasmas” (2024), el último proyecto de Torres para HBO, una serie sci-fi de comedia plagada de cameos, preocupaciones y derivas estéticas provenientes de los nuevos y los viejos medios.

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En ella conviven Kim Petras, Steve Buscemi y el elenco de ‘Saturday Night Live’ –programa mitiquísimo para el que Torres escribió uno de los sketches más icónicos de sus 49 años de historia, “Papyrus”– y conviven, también, el imaginario etéreo y surrealista de las redes con las preocupaciones materiales del presente de la población migrante y queer de Estados Unidos, en la que el artista salvadoreño suele poner el foco. Desde un conocimiento perfectamente situado, hace burla de la violencia burocrática, la instrumentalización de las identidades disidentes por parte del capitalismo o las conductas escapistas con las que, en un contexto así de enrevesado, afrontamos nuestra vida para seguir tirando.

“Fantasmas” lleva al paroxismo el sello estético particular de Torres, recreándose en su especie de neosurrealismo drag. Esto significa que, por el carácter absurdo y aparentemente despegado del mundo real de su premisa, los primeros episodios pueden suponer un reto para el espectador poco familiarizado. La serie sigue a Julio Torres, que recorre una versión futurista, hiperburocratizada, hipertecnológica de Nueva York, mientras busca un pendiente con forma de ostra que se le ha perdido.

Producto de la economía visual del déficit de atención, la causalidad en la trama parece difusa, pero existe y se va consolidando conforme la serie avanza. El protagonista, Julio, está preocupado por su salud –hipocondríaco, dice sospechar del tamaño de un lunar de su cuello que, si no tiene el pendiente a mano, es incapaz de poner en perspectiva; podría estar creciendo de forma incontrolable y ser un cáncer–, pero lo que le preocupa en realidad es otra cosa. Un mundo lleno de estímulos imprevisibles le permite dispersarse a conveniencia, y él aprovecha esta condición para no asumir la realidad: lo van a desahuciar y, si quiere poder vivir en otro sitio, necesita un documento de identidad que dé prueba de su existencia.

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En realidad la serie, compuesta de sketches que se van entrelazando con la trama principal en una extraña disposición onírica, no es tan radical como el pequeño milagro que fue “Los Espookys” (2019-2022), la primera ficción de Torres para HBO. Hecha con dos duros, cuatro pelucas y un elenco fabuloso de actores desconocidos hablando en español, la mezcla entre la fantasía y el pensamiento abstracto de Torres reformulaba en ella el pacto ficcional establecido con la audiencia por una serie realista y low cost, creando un resultado extraño en el mejor de los sentidos. En el caso de “Fantasmas”, la exageración del gesto lo hace más obvio. Cada imagen fantasiosa parece fabricada desde cero en el set que parece un almacén vacío, algo que deja, paradójicamente, menos espacio a la imaginación.

Sin embargo, hay algo hermoso en que la serie juegue casi en el terreno de lo plástico. Es pintura y es teatro; las películas de Méliès grabadas con un iPhone. En sus mejores momentos, “Fantasmas” nos emociona con su experimentación lúdica y nos arrastra hacia delante por un mundo que, con sus robots, sus emprendedores y sus trabajadores hastiados de atención al cliente, se parece mucho más al nuestro de lo que sugiere el extrañamiento inicial. Es imposible no encariñarse de Bibo, el robot que quiere ser actor, o de la fabulosa agente Vanesja (la “j” es muda). Tanto si pasas cuatro horas al día mirando TikTok como si detestas que un buzón de voz te responda a las llamadas –“si quiere tirarse por la ventana, pulse uno”–, deberías seguir a Julio Torres de cerca. El año pasado estrenó su primera película como director, “Problemista” (2023), otra variación sobre los mismos temas complejos a los que, a través de un denso filtro de imaginación y fantasía, el autor mira siempre con una lucidez envidiable. ∎

Surrealismo del bueno.
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