Cómic

Isao Moutte

Los evaporadosAstiberri, 2024

Al franco-japonés Isao Moutte (Niihama, 1983) lo conocemos –es un decir– por estos lares merced a “Clapas” (2021; Ponent Mon, 2022), un thriller rural en el que el dibujante demostraba su facilidad para establecer una suerte de tensión pausada que no aprieta pero ahoga. Donde el uso del color y el escenario de la campiña francesa hacían que el autor mostrase su lado más occidental es en “Los evaporados” (2023; Astiberri, 2024, traducción de Lucía Bermúdez Carballo); ahí se aproxima más, visual y temáticamente, a su heritage nipón. Aunque, ciertamente, el diseño de página de Moutte y el formato de álbum de gran tamaño a lo francobelga no realizan un acercamiento estricto a los cánones del manga, sí lo hay en su trazo tan conciso como preciso, en el diseño de personajes y en una gran minuciosidad en la ambientación.

El viaje a Japón de Isao Moutte, que reside en Francia, es consecuencia de adaptar la novela homónima del francés Thomas B. Reverdy, cuya obra más destacada, “El invierno del descontento” (2018; Alianza, 2019), fue finalista del Premio Goncourt y del Gran Premio de la Academia Francesa y ganador del Premio Interallié 2018. En “Les évaporés” (2013), Reverdy abordó desde la ficción el fenómeno social japonés de las desapariciones voluntarias. Se calcula que, cada año, unas 80.000 personas cambian de identidad y se “evaporan” por causas que van del fracaso profesional a la incapacidad de asumir el pago de préstamos o deudas.

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Este fenómeno se enlaza, además, con los efectos del tsunami japonés de 2011 y el accidente nuclear en la central de Fukushima, en un plano humano y material. Un cóctel que permite jugar con cruces vitales diversos de personajes empujados a los márgenes de la sociedad, especiado con esa aparente normalidad con la que Japón asume y ordena conductas sorprendentes. Así, a ojos de un occidental chocan tanto la existencia de “agencias de transporte” que facilitan la desaparición de individuos como que sea vox populi que los evaporados suelen habitar un barrio concreto de la capital nipona. O la ya acostumbrada presencia de la yakuza como un elemento más del panorama cotidiano. En ese contexto, que Moutte logra enriquecer mediante una inspirada puesta en escena, se desarrollan una serie de tramas confluyentes en las que, más allá de alguna casualidad un tanto forzada, casi todo fluye con buen pulso y solidez. El dibujante se maneja bien cuando el momento exige acción y en las secuencias de diálogos relevantes dramáticamente (y en esta obra hay unos cuantos de ambos), y, para rematar, sabe destacar con sutileza la importancia de los espacios y el entorno.

A lo largo de las algo más de 150 páginas que componen “Los evaporados” reina una especie de bruma entre la melancolía y el determinismo. Se respira, sin que ahogue completamente, una sensación extraña de alivio incompleto, un picor hipodérmico que siempre va a estar ahí por mucho que uno se rasque. Más allá de todo el envoltorio de drama social con destellos de thriller de bajos fondos, el gran tema que aborda brillantemente la obra no deja de ser cómo un sistema es capaz de asimilar de manera tan sutil como implacable cualquier asomo de rebeldía o disidencia, incluso en las situaciones más marginales. ∎

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