Pantallas y corazones, likes y bloqueos, precariedad y deseo, algoritmos y wifi: el debut del británico Jem Calder, tras foguearse en las páginas de ‘The Stinging Fly’ y ‘Granta’, es el retrato de unas vidas que intentan abrirse paso laboral (y emocional) en la era de la conectividad y los afectos líquidos. Puro angst millennial que se desparrama a lo largo de las doscientas quince páginas de “Sistema de recompensa” (“Reward System”, 2022; Random House, 2023; traducción de Inga Pellisa) en una serie de seis relatos interconectados donde seguimos el rastro de Nick y Julia, jóvenes suficientemente preparados que van sobreviviendo en la metrópolis londinense entre trabajos precarios y relaciones intermitentes sesgadas por teléfonos móviles, mensajes de texto y pantallas casi siempre en modo on.
El escritor nacido en Cambridge ya marca el tono desde el primer bocado, “Un restaurante en alguna otra parte”: Julia trabaja en un restaurante (cool, claro) y, en pequeños fragmentos, se va desgranando su relación con los demás empleados y con su jefe, un chef más o menos misterioso llamado Ellery. A partir de aquí, nos cruzaremos con Nick en una desastrosa fiesta de colegas donde acabará engullido por una lluvia de alcohol, diseccionaremos apps de citas (“Distraerse de la tristeza no es lo mismo que felicidad”), asistiremos a incómodos reencuentros de ex (“Perdona, ¿no nos conocemos?”) y espiaremos en las dinámicas de varios empleados en una oficina corporativa (fantástico “Optimización para motores de búsqueda”), para finalizar con un videollamada entre Julia y Nick en plena crisis del COVID.
Con una prosa que oscila entre la distancia y cierta melancolía, entre el espanto y el humor teñido de negro, “Sistema de recompensa” agrupa los fragmentos de unas vidas desnortadas surfeando sus sentimientos en la ola del “paraíso tecnológico” entre alojamientos precarios, promesas laborales más satisfactorias que nunca se materializan, emociones traducidas en breves intercambios de mensajería y un presente de ángulos distópicos donde el ser humano parece incapaz de dejar aflorar sus inquietudes vitales sin las barreras “protectoras” del escudo de píxeles y los tentáculos de la red.
Calder observa a sus personajes con un despegado cinismo pero también con delicada empatía y ternura en una especie de “Vidas cruzadas” de pantallas líquidas, puntos com y parpadeos de interconexión, todo resumido en el tajo del párrafo que cierra el libro: “Es difícil saber cuál es exactamente ese impulso que nos empuja hacia el móvil una y otra vez; imposible distinguir qué conductas son la expresión de qué estímulos iniciadores. Curiosidad, aburrimiento, el deseo de que nos entretengan. El miedo de un niño a la oscuridad”. ∎