Hace unos años, Marvel Comics puso en marcha una línea editorial denominada “Grand Design”. Autores de la escena indie norteamericana podían recrear la historia completa de alguno de los personajes bandera de la multinacional del entretenimiento en comic books –luego recopilados en álbumes de gran formato– y con una mayor libertad creativa. Aunque podría parecer un intento de novelagraficar el material original, la verdad es que tanto “X-Men. Grand Design” (Ed Piskor, 2017-2019; “La gran novela de La Patrulla-X”, Panini, 2018-2020) como “Fantastic Four. Grand Design” (Tom Scioli, 2019-2020; “La gran novela de Los 4 Fantásticos”, Panini, 2020), al margen de sus resultados –más sustanciosos en el primer caso, más irregulares en el segundo–, están lejos de intentar dotar a estos personajes de un tono adulto o trascendente. Más bien los tratan como los juguetes que son, con un toque nostálgico pero que reverencia a los creadores: de hecho, el diseño de portada y el formato XXL remiten a las Marvel Treasury Edition de los setenta. Sin embargo, resulta paradójica la transformación que se ejecuta en estos tebeos, que intentan convertir una narrativa específicamente posmoderna –el fragmentado, caótico, derivativo y múltiple Universo Marvel– en una novela moderna canónica, con una trama más o menos coherente y una unidad estilística clara: Tom Scioli lo dibuja todo como un Jack Kirby apócrifo, mientras que Piskor emplea un grafismo de tradición underground y alternativa.
El camino ambiguo e intermedio que ha tomado Jim Rugg (Pittsburgh, 1977) en su “La gran novela de Hulk” (2019; Panini, 2023) lo convierte en quizá el más interesante de la línea hasta el momento. En estas páginas hay amor hacia los cómics originales, no cabe duda, y un entusiasmo primario con un personaje, The Incredible Hulk, que es no solo uno de los conceptos visuales más poderosos jamás creados por Jack Kirby (1917-1994), sino también uno de los más populares e interesantes por el potencial de la tensión entre el monstruo Hulk y el humano Bruce Banner. La premisa es la misma que manejaron Piskor y Scioli por encargo editorial: recorrer los principales hitos de la saga del personaje, recreando en no muchas páginas su “biografía”.
Sin embargo, Rugg demuestra que tiene un conocimiento profundo de cómo funcionan este tipo de narrativas y opta por no convertirlo en lo que no es: por eso abraza un enfoque pop aunque autoconsciente –afterpop, diría Eloy Fernández Porta– con el que recrea no la “vida” de Hulk, sino la “experiencia de leer los tebeos” de Hulk. La voz narradora a veces parece levantar acta de los hechos, mientras que otras emite juicios de valor o rompe la cuarta pared y se refiere a determinadas sagas y eventos como tales, no como sucesos reales que le han pasado a Hulk. O habla de los “héroes Marvel”, lo que nos hace tomar conciencia de que estamos, al fin y al cabo, ante una franquicia. Y es algo que se experimenta también en lo gráfico: a diferencia de sus colegas en los anteriores “Grand Design”, Rugg mimetiza o adapta los diferentes estilos de los dibujantes originales de las historias y viñetas que “parafrasea”. Porque, lejos de querer imponer una coherencia al conjunto, abraza sin reservas la variedad y las modas de cada momento, sabedor, por otro lado, de que la fuerza icónica de Hulk es suficiente pegamento cohesionador para el resultado final.
Las imágenes de portadas, logos y cartas a los lectores refuerzan el vínculo con los viejos tebeos, pero sobre todo enfatizan el valor de la experiencia de la lectura de cómics por encima del relato en sí. Rugg reivindica, en tiempos de transmedialidad, adaptaciones y merchandising en los que los personajes se han convertido en marcas, el valor único que tienen los cómics seriados como artefacto narrativo. Y Kirby, Herb Trimpe (1939-2015), Sal Buscema (1936), Peter David (1956) o Todd McFarlane (1961) –todos convenientemente reconocidos y homenajeados– hicieron cómics de La Masa –la traducción libre de sus primeras ediciones españolas– en una serie con más de seis décadas desde su nacimiento en 1962. Tebeos que son, más que una historia, un conglomerado de tropos en permanente actualización, una huida hacia delante con infinidad de etapas que, a estas alturas, no pueden tener ni siquiera un indicio de coherencia. De hecho, al concentrar todo en tan pocas páginas, Rugg explota la locura delirante que es en realidad “The Incredible Hulk”: una pesadilla de violencia inagotable, un psicodrama lleno de desdoblamientos de personalidad, lavados de cerebro, fusiones de mentes, transformaciones gamma, muertes, resurrecciones y repetición ad infinitum de giros argumentales que tiene su correlato en la trayectoria editorial del personaje. Jim Rugg ha logrado fusionar el caos diegético con el extradiegético en un libro collage profundamente original, y es ahí donde reside la mejor virtud de esta lectura que se disfruta, también, como un viaje frenético a través una tragedia que se esconde bajo todas las capas de músculos verdes de Hulk: la historia de un monstruo –de un hombre– que solo busca un poco de amor y compañía. ∎