Serie

Johnny Hallyday: Más allá del rock

Alexandre Danchin y Jonathan Gallaud (miniserie, Netflix)
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Hay en “Johnny Hallyday: Más allá del rock” (2022) dos planos que serían suficientes por sí mismos para justificar la existencia de la serie. Para localizarlos hay que llegar a su cuarto capítulo, cuando la narración alcanza el legendario concierto de Las Vegas de mediados de los noventa para el que Johnny Hallyday trasladó a 6000 fans desde Francia hasta el desierto de Nevada. El foco se orienta hacia los seguidores del cantante, y por allí asoma un hombre –con una camiseta de Johnny, bien sûr– que amasa harina en un horno. Cuando la cámara enfoca su rostro, este la mira fijamente y explica con una naturalidad desbordante qué le ha llevado a gastarse el sueldo de varios meses para acompañar al cantante en aquella locura: “Me identifico con Johnny porque ambos hemos vivido las mismas cosas. Lo único, que él es un gran cantante y yo soy panadero”.

Apuntamos a este momento fugaz del documental para indicar cómo ahí, en el retrato de lo que supuso sociológicamente la figura de Hallyday, reposa uno de los puntos fuertes de la serie. No es el único: se eleva a la misma altura el complejo retrato personal del cantante, minuciosamente construido a través de una larga serie de confesiones autobiográficas –las más de las ocasiones, crudas– que estructuran el conjunto y dejan un perfil incómodo, alejado de cualquier devoción o complacencia. Como destaca también el soporte de la narración gracias al testimonio de varias personas que lo acompañaron en su recorrido y que, en una acertada decisión, aparecen sin mostrar su rostro a la cámara, como voces en off que se superponen a unas imágenes congeladas en el tiempo y que refuerzan el encapsulado casi fantasmagórico de la historia en una época –no muy lejana pero sí irremediablemente perdida– en la que la música era un eje que permitía forjar identidades individuales y colectivas.

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Claro que, remedando el título de uno de los más famosos temas de Hallyday, en ocasiones las series largas esconden ideas cortas, y a ellas debemos adjudicar el peso muerto que, lentamente, termina lastrando su resultado final. Porque, siendo opción consciente de los realizadores, Alexandre Danchin y Jonathan Gallaud, podemos pasar de puntillas por el trato distante y desafecto hacia un personaje que, por estar construido sobre una suma de excesos y grandilocuencia desbocada, sin un punto cómplice termina abocado a una cierta caricaturización. Pero en este recorrido frenético se pierde también la música, y esta decisión resulta ya más difícil de encajar. Al margen de sus continuos altibajos y ajetreos vitales, Hallyday nunca dejó de considerarla el punto de apoyo sobre el que levantarlo todo. Y su práctica desaparición –más allá de fugaces fragmentos de sus mayores hits– crea la paradoja de estar ante un documental que, al tiempo que dibuja un complejo retrato de un artista, lo termina diluyendo, por solo rozar –y de manera superficial– las razones de la fascinación que produjo entre millones de personas. No busquen eximentes entre los músicos entrevistados: los que allí se asoman hay que mirarlos al microscopio al lado de una figura de la envergadura colosal de Hallyday. Y sorprende no ya la ausencia de figuras internacionales a las que durante décadas trató de igual a igual, sino la de esa aristocracia de la música francesa que creció a su estela y formó su auténtica guardia pretoriana. La no comparecencia de Dutronc, Polnareff, Aznavour o Hardy resulta desconcertante; la de su compañero Eddy Mitchell, tan fundamental en la continua creación del personaje de Johnny, directamente incomprensible.

¿Anula todo esto el valor de “Johnny Hallyday: Más allá del rock”? Ni mucho menos. Sí queda una sensación de oportunidad perdida para asomarse a una de las carreras más ricas y sinuosas que ha conocido la industria musical y, como tal, no espere el espectador menos avisado una cartografía para adentrarse en un laberinto. Este documental no va a cambiar su percepción de apto solo para iniciados. Pero eliminada esta expectativa, la serie es disfrutable como pocas gracias a una apabullante avalancha de imágenes de archivo que supone uno de los mayores despliegues que este cronista haya tenido oportunidad de gozar. Porque ver extenderse en apenas cuatro horas tamaña sucesión de escenas de no dar crédito, tamaña vida desaforada, tamaña acumulación de megalomanía, tamaño recorrido por esa montaña rusa sin frenos que fue la vida de Johnny es más que suficiente para conformar un espectáculo deslumbrante. Un espectáculo que nos permite confirmar que no hay entrada en el mundo de Hallyday que no sea por la puerta grande, por mucho que esta serie nos haya reservado solo la trasera. ∎

Hallyday: montaña rusa sin frenos.
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