Cómic

Julie Doucet

El ríoFulgencio Pimentel, 2024

En 1999, la banda femenina estadounidense Le Tigre debutaba con un álbum homónimo que incluía la canción “Hot Topic”. En ella recitaban​ una larga lista de mujeres artistas inspiradoras cuya obra se caracterizaba por un mensaje feminista; la mayoría abordaba temas polémicos en el momento, como la sexualidad o el género. En esa lista se encontraba Julie Doucet (Montreal, 1965), uno de los nombres de referencia del cómic alternativo norteamericano de los noventa. Ese mismo año, Doucet publicaba en tomo su novela gráfica autobiográfica “Diario de Nueva York” (Inrevés, 2001; reeditada en 2017 por Fulgencio Pimentel en el volumen “Cómics 1994-2016”), que había serializado previamente en su fanzine, luego revista, ‘Dirty Plotte’ (1988-1998; “plotte” significa vagina en jerga québécois). Ambas constituyen obras imprescindibles en su trayectoria y en el cómic del siglo XX.

Doucet dejó de dibujar tebeos en los 2000 para dedicarse a la serigrafía, la poesía, el linograbado, el fotocollage o la escultura​​ en papel maché. De repente, cuando ya no se la esperaba en el cómic, ha vuelto con las mismas ganas de experimentar que siempre en “El río” (2022; Fulgencio Pimentel, 2024; traducción de Joana Carro), que arranca con la siguiente advertencia: “Este libro fue dibujado de abajo arriba. Ten eso en cuenta en el momento de leerlo”. La singularidad de esta última publicación de Doucet no se reduce a la orientación de lectura. Aquí no hay viñetas como tales ni calles en blanco que separen los dibujos, una “obstrucción” voluntaria que supone renunciar en apariencia a uno de los principales recursos narrativos del cómic, la elipsis. Las páginas aparecen íntegramente pobladas por un continuo de rostros, animales y objetos dibujados como un extenso mural. En la edición francesa, de hecho, se ha publicado en formato acordeón, tal como fue dibujado. Otro dato curioso: “El río” tiene diferentes títulos en sus ediciones internacionales,“Time Zone J” (2022) en la versión inglesa, y “Suicide Total” (2023) en la francesa.

C_Aragão

Una introducción libre y confusa encadena un relato que fluye como una corriente entre elementos no precisamente conectados con la historia: bustos de personas anónimas y famosas que ríen, hablan, lloran, cantan; pájaros, peces, felinos, insectos; casetes, tijeras, rotuladores. La trama principal no se muestra en los dibujos, se describe a través de una voz directa consignada en unos bocadillos que acompañan a los múltiples autorretratos de la autora, intercalados con breves insertos extemporáneos sobre dadaísmo, feminismo negro o un sueño en el que John Lydon la visitab​a. Los propios dibujos, exceptuando los autorretratos de Doucet, van a su air​e​, contrapuntos de poética absurda al relato. En pocas palabras, la artista renuncia a mostrar la acción que narra, lo opuesto al cómic tradicional. Pese a todo, consigue una unidad de lectura admirable en medio de todo ese noise visual, un magma de memoria en el que nunca estamos seguros de leer los bocadillos en el orden correcto y las imágenes mentales que nos sugieren los textos entran en conflicto con las imágenes realmente dibujadas.

La mencionada trama principal tarda en aparecer, como si la artista canadiense únicamente quisiera “dibujar, solo dibujar”, dice un bocadillo. En ella evoca desde su yo de cincuenta y tantos años, desde el texto y fuera de campo, una historia que tuvo lugar en 1989, recuperada a partir de una relectura de sus diarios juveniles: una relación intensa, turbia y a distancia que mantuvo con uno de sus lectores, un joven soldado francés con el que se carteaba a partir de la venta por correo de los fanzines de Doucet. Érase una vez en una galaxia muy, muy lejana, en la que vivíamos sin internet.

Después de dos décadas sin dibujar cómics, el Gran Premio a su carrera en el Festival de Angulema de 2022 parece haber impulsado este sugerente regreso, que no decepcionará a sus seguidores aunque resulte una lectura exigente. “El pasado es un gran batido con azúcar”, dice una de las cabezas parlantes, pero en este “río” de Doucet no se detecta un ápice de nostalgia. La sinceridad y realismo crudos a los que nos tenía acostumbrados se conjuga en estas páginas con un dibujo menos tosco que el de su underground juvenil, más amable, como si cierta serenidad hubiera calmado unas aguas que nunca dejarán de ser turbulentas. ∎

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