“Holy Sugar”, 2022. Cristal de caramelo, madera y metacrilato.
“Holy Sugar”, 2022. Cristal de caramelo, madera y metacrilato.

Entrevista

Luna Bengoechea: “Vivimos en un modelo de vida poco reflexivo”

La artista canaria cuestiona a través de su trabajo los fundamentos de la sociedad de consumo, invitando a la reflexión y sugiriendo otras posibilidades para nuestro modelo productivo. En estos días expone en Las Palmas de Gran Canaria la obra “Holy Sugar” y contribuye con una pieza en la colectiva “Pan y circo”, que podrá verse durante todo el invierno en el Centro Condeduque de Madrid.

Barrio de Vegueta, en Las Palmas de Gran Canaria, un día primaveral de invierno. A la rueda de prensa de la exposición “Holy Sugar” de la artista canaria Luna Bengoechea (Gran Canaria, 1984), en el Centro Atlántico de Arte Moderno, asiste más de una docena de periodistas que se amontonan a la entrada del espacio San Antonio Abad. Ella luce una acaramelada camiseta naranja bajo la gabardina. La acompaña Adonay Bermúdez, comisario de la muestra y con quien ha trabajado en diversos proyectos desde hace más de una década. Ambos están felices tras dos años de gestación: “Luna, como espectadores, nos obliga a cuestionar nuestra forma de vida y el modelo de consumo. Pensar es peligroso, pero, como decía Hanna Arendt, más peligroso es no hacerlo”, comenta Bermúdez durante el recorrido por las salas donde estarán expuestas las obras hasta el 26 de febrero.

    Luna Bengoechea y Adonay Bermúdez, comisario de la exposición, ante “Holy Sugar”.
    Luna Bengoechea y Adonay Bermúdez, comisario de la exposición, ante “Holy Sugar”.
    “Holy Sugar” continúa las líneas de investigación sobre la industria alimentaria que la artista comenzó en 2011: “Es una prolongación de un proyecto que expuse en 2019 en Lanzarote. Tiene que ver con el marketing de productos no saludables, cargados de azúcares y harinas refinadas, envueltos en ese imaginario y estética de lo saludable y de lo amable”, explica. El azúcar es el hilo conductor de las diferentes obras y técnicas: desde una serie pictórica de bodegones distorsionados y una instalación de 311 tetrabricks de zumos de frutas intervenidos, que juegan con la idea de lo artificial, de lo natural y revisan el género clásico del bodegón, hasta un mural con eslóganes dirigidos al público infantil –realizado por Martín Oliver– que acompaña una intervención en el suelo que reproduce con azúcar refinado y colorante alimentario personajes de cereales, a modo de alfombra o mandala: “El marketing tiene estrategias que han ayudado a normalizar un excesivo consumo de azúcar. La línea más perversa quizá es la dirigida al consumo infantil. Muchos productos tienen un alto porcentaje de azúcar y los venden como sanos”, comenta la artista.

    En la planta superior, unos dibujos en tinta sensible obligan al público a descubrir –a través del olfato y proyectando luz ultravioleta sobre ellos– la composición química y los usos que la industria otorga al sabor dulce. La visita culmina frente a una espectacular vidriera de caramelo con la pirámide alimentaria modificada, en alusión a la sacralización de la industria alimentaria. Una pieza muy compleja técnicamente que ha tenido a la artista en vilo hasta el último momento, como confiesa su madre en la inauguración. “El alimento nos transforma y forma parte de nosotros”, dice Luna durante el recorrido. “Me pregunto hasta qué punto la industria alimentaria nos bombardea y nos transforma como individuos y sociedad. Vivimos en un modelo de vida poco reflexivo y la publicidad nos ofrece conseguirlo a través del consumo”. Unas semanas antes, hablamos con ella por videoconferencia:

    “Flow”, 2022: óleos sobre lienzo y sobre tabla.  / “Sin título”, 2022: 311 tetrabriks intervenidos con acrílico. / “Cuestionable Friends”, 2019-2022: azúcar refinado y colorante alimentario.
    “Flow”, 2022: óleos sobre lienzo y sobre tabla. / “Sin título”, 2022: 311 tetrabriks intervenidos con acrílico. / “Cuestionable Friends”, 2019-2022: azúcar refinado y colorante alimentario.

    Muchos de tus trabajos reflexionan sobre la industria alimentaria. ¿Por qué te interesan esas cuestiones?

    Llevo en esto desde 2011; entonces no había casi interés, al menos en la escena artística en la que me movía. Me interesa mucho a raíz de un problema de salud que tuve, una artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune. No suelo decirlo porque no quiero caer en el amarillismo de contar mi vida, pero, al final, es un motor muy fuerte. Me la diagnosticaron en 2011, tras muchos años. Seguí un tratamiento de medicina convencional (no tengo nada en contra), pero no hubo mejoría a los dolores ni al malestar. La enfermedad me afectaba muchísimo en mi día a día, me incapacitaba físicamente. Conseguí tratarla cambiando por completo mi alimentación, conocí a un nutricionista amigo de mis padres que tenía una empresa de fruta y verdura ecológica. Me recomendó una dieta libre de toxinas. Y a raíz de ahí empezó mi interés e investigación, al conocer qué significa eso de “libre de toxinas”, qué supone consumir productos industriales, harinas, azúcares refinados e ingredientes que a menudo tomamos a diario inconscientes de cómo pueden afectar a nuestra salud.

    Hace poco expusiste tu “Proyecto Salinas” en la galería Lucía Mendoza, en Madrid.

    Es muy especial para mí porque se genera por y para las Islas Canarias, dentro de las islas, en un entorno para mí muy familiar en el que tenía ansias de trabajar hace mucho. La pandemia llegó en medio del proceso. Tuve muchísimo tiempo para madurarlo, repensarlo, incluso modificar cuestiones que al principio no había planteado. Ese tiempo y calidad ha sido muy especial. Lo he disfrutado mucho. Pone en valor, como parte del patrimonio natural canario, las salinas dentro del archipiélago. Un territorio y paisaje domesticado por el ser humano para extraer sal de manera tradicional, en contraposición a la producción industrial, que nada tiene que ver. Hace doscientos años en Canarias había unas sesenta salinas en uso, hoy quedan muy pocas en activo. Era una oportunidad de intervenir en ellas con la propia sal como elemento y hacer dibujos a gran escala. Una de las motivaciones fue buscar salinas en desuso o infrautilizadas para las intervenciones. Al final me centro en tres; me habría gustado hacer una en cada isla pero no pudo ser. Escogí las más relevantes: una salina pequeñita del siglo XVIII abandonada, creada con la roca de la playa en un entorno bastante particular. Otra en Lanzarote, porque el proyecto lo llevo a cabo gracias a la Fundación César Manrique y al Gobierno de Canarias por el centenario de su nacimiento. Y la última, Fuencaliente, en La Palma, en activo y con buena producción. Estuvo a punto de desaparecer por el volcán de Teneguía.

    “Proyecto Salinas”: Las Puntas (El Hierro, 2021).
    “Proyecto Salinas”: Las Puntas (El Hierro, 2021).

    También participas en la exposición colectiva “Pan y circo”, en el Centro Condeduque de Madrid hasta el 16 de abril.

    Es una exposición sobre la industria alimentaria y cómo nos relacionamos con el alimento hoy. Está comisariada por Alicia Ventura. Rosalía Banet participa como teórica; es artista y trabaja también esta temática. Mi pieza se titula “It’s Alive”, es de 2016, consta de cuatro esculturas blancas de frutos –piña de maíz o de millo, tomate, pepino y papaya– intervenidos con tinta fotoluminiscente. Proyectando luz ultravioleta sobre ellos, podemos ver semillas iluminadas en referencia a su modificación genética. Son frutos en los que se usan este tipo de semillas para su producción industrial.

    “Me pregunto hasta qué punto la industria alimentaria nos bombardea y nos transforma como individuos y sociedad. Vivimos en un modelo de vida poco reflexivo y la publicidad nos ofrece conseguirlo a través del consumo”

    Muchos de tus trabajos apelan directamente a la industrialización de la producción alimentaria –al aceite de palma, a los combustibles fósiles, a las semillas– y a hábitos de consumo impuestos en la sociedad, como el plástico. ¿El arte explica mejor que otras disciplinas estos problemas?

    Mi lenguaje es este, estas son mis herramientas. No podría hacerlo de otra forma. A través del arte puedes sintetizar ideas y dar un contenido, digamos, no cerrado. Permite que la relación con el espectador sea más abierta y que interprete: crear un interés en profundizar. Pero también me cuestiono muchas veces hasta qué punto es eficaz. Es cierto que se puede generar una conversación en torno a la obra con personas que se aproximan. Cada vez más gente se plantea cómo nos alimentamos, qué repercusiones tiene en el medio ambiente y en la salud. Es una preocupación mayor. Al menos el arte enciende esa chispa de preguntar e informarse más.

    ¿Cómo afrontas la investigación de tus proyectos?

    El proceso es muy variado porque profundizan en cuestiones diferentes dentro de la industria alimentaria. Me gusta mucho leer y hago investigación de campo cuando voy a intervenir en un espacio. Por ejemplo, en las salinas, incluso estuve de residencia. Muchos de los expertos a los que acudo son personas que trabajan con el material. Visité varias salinas antes de escoger dónde iba a intervenir. Entrevisté a los salineros, les pregunté cómo cultivan la sal, cómo trabajan, qué herramientas usan, desde cuándo lo hacen, si son negocios familiares o de nueva generación. Una investigación por pura curiosidad. Muchas veces no se refleja en la obra, pero profundizo en cada materia con que trabajo. En Bolivia tuve oportunidad de entrevistar a un empresario que exporta quinoa, también a agricultoras y “choritas”, que es como llaman a las mujeres que la venden en el mercado.

    “It’s Alive”, 2016. Sala de Arte Contemporáneo (SAC), Tenerife. Foto: Teresa Arozena
    “It’s Alive”, 2016. Sala de Arte Contemporáneo (SAC), Tenerife. Foto: Teresa Arozena

    En tu trayectoria has pasado por algunas residencias donde has ido afinando tu discurso y desarrollando proyectos. ¿Hay suficientes apoyos a la creación y producción artística para los artistas de tu generación en nuestro país?

    Existe una precarización muy grande en el trabajo de los y las artistas. Hay ayudas, convocatorias, residencias, pero a veces no contemplan remuneración, honorarios o retribución económica. Muchas veces hasta parece un tabú, cuando para profesionalizar a los artistas debería ser algo primordial. O de repente no hay dinero para producción. Es necesario contemplarlo para que nuestro trabajo sea sostenible. Yo complemento mi trabajo artístico con otras actividades, como la dirección de arte en cine o la docencia. En mi actividad artística lo que hago es invertir constantemente. Es muy difícil y complicado. Mi galería me apoya muchísimo, incluso económicamente en la producción. No lo hacen muchas; es muy considerada con la labor de las artistas y la situación. En Canarias contamos con algunas iniciativas buenas como “Canarias Crea”, que en ocasiones subvenciona viajes y el transporte de obra. Nos ayuda a equipararnos a artistas peninsulares que no tienen estas dificultades de desplazamiento y movilidad.

    “Existe una precarización muy grande en el trabajo de los y las artistas. Hay ayudas, convocatorias, residencias, pero a veces no contemplan remuneración, honorarios o retribución económica. Muchas veces hasta parece un tabú”

    Practicas la fotografía, la pintura, intervenciones más performáticas, la escultura. ¿En qué ámbitos consideras que se desenvuelve mejor tu práctica artística y cómo ha evolucionado?

    Tiene que ver con la naturaleza de cada proyecto, cada uno pide una técnica. Mis orígenes están en la pintura, mis primeras incursiones más personales fueron a través de ella. Llegó un punto en que me hacía preguntas en cuanto a la técnica que estaba usando, el soporte, los materiales. Dio pie a que fuera evolucionando, a trabajar directamente con el alimento, ver cómo hacerlo y cómo causar menos impacto con los materiales. Un proceso de búsqueda. Me gusta probar, experimentar, sorprenderme. Siempre acabo metiéndome en técnicas distintas por esa inquietud y cuestionamiento de los materiales que empleo.

    Algunos de tus proyectos tienen una perspectiva más crítica, de denuncia, y otros son más propositivos, de sugerir caminos posibles hacia modelos productivos más justos y sostenibles ¿El arte puede ser una herramienta para la transformación socioambiental?

    Creo que sí, el arte puede proponer. Ahora hace mucha falta buscar soluciones nuevas. La creatividad y el arte pueden hacerlo aunque sea de manera figurada, incluso a través de la propia práctica artística de elaborar proyectos más sostenibles. Sí, puede contribuir. ∎

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