Muchos de tus trabajos reflexionan sobre la industria alimentaria. ¿Por qué te interesan esas cuestiones?
Llevo en esto desde 2011; entonces no había casi interés, al menos en la escena artística en la que me movía. Me interesa mucho a raíz de un problema de salud que tuve, una artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune. No suelo decirlo porque no quiero caer en el amarillismo de contar mi vida, pero, al final, es un motor muy fuerte. Me la diagnosticaron en 2011, tras muchos años. Seguí un tratamiento de medicina convencional (no tengo nada en contra), pero no hubo mejoría a los dolores ni al malestar. La enfermedad me afectaba muchísimo en mi día a día, me incapacitaba físicamente. Conseguí tratarla cambiando por completo mi alimentación, conocí a un nutricionista amigo de mis padres que tenía una empresa de fruta y verdura ecológica. Me recomendó una dieta libre de toxinas. Y a raíz de ahí empezó mi interés e investigación, al conocer qué significa eso de “libre de toxinas”, qué supone consumir productos industriales, harinas, azúcares refinados e ingredientes que a menudo tomamos a diario inconscientes de cómo pueden afectar a nuestra salud.
Hace poco expusiste tu “Proyecto Salinas” en la galería Lucía Mendoza, en Madrid.
Es muy especial para mí porque se genera por y para las Islas Canarias, dentro de las islas, en un entorno para mí muy familiar en el que tenía ansias de trabajar hace mucho. La pandemia llegó en medio del proceso. Tuve muchísimo tiempo para madurarlo, repensarlo, incluso modificar cuestiones que al principio no había planteado. Ese tiempo y calidad ha sido muy especial. Lo he disfrutado mucho. Pone en valor, como parte del patrimonio natural canario, las salinas dentro del archipiélago. Un territorio y paisaje domesticado por el ser humano para extraer sal de manera tradicional, en contraposición a la producción industrial, que nada tiene que ver. Hace doscientos años en Canarias había unas sesenta salinas en uso, hoy quedan muy pocas en activo. Era una oportunidad de intervenir en ellas con la propia sal como elemento y hacer dibujos a gran escala. Una de las motivaciones fue buscar salinas en desuso o infrautilizadas para las intervenciones. Al final me centro en tres; me habría gustado hacer una en cada isla pero no pudo ser. Escogí las más relevantes: una salina pequeñita del siglo XVIII abandonada, creada con la roca de la playa en un entorno bastante particular. Otra en Lanzarote, porque el proyecto lo llevo a cabo gracias a la Fundación César Manrique y al Gobierno de Canarias por el centenario de su nacimiento. Y la última, Fuencaliente, en La Palma, en activo y con buena producción. Estuvo a punto de desaparecer por el volcán de Teneguía.
También participas en la exposición colectiva “Pan y circo”, en el Centro Condeduque de Madrid hasta el 16 de abril.
Es una exposición sobre la industria alimentaria y cómo nos relacionamos con el alimento hoy. Está comisariada por Alicia Ventura. Rosalía Banet participa como teórica; es artista y trabaja también esta temática. Mi pieza se titula “It’s Alive”, es de 2016, consta de cuatro esculturas blancas de frutos –piña de maíz o de millo, tomate, pepino y papaya– intervenidos con tinta fotoluminiscente. Proyectando luz ultravioleta sobre ellos, podemos ver semillas iluminadas en referencia a su modificación genética. Son frutos en los que se usan este tipo de semillas para su producción industrial.
Muchos de tus trabajos apelan directamente a la industrialización de la producción alimentaria –al aceite de palma, a los combustibles fósiles, a las semillas– y a hábitos de consumo impuestos en la sociedad, como el plástico. ¿El arte explica mejor que otras disciplinas estos problemas?
Mi lenguaje es este, estas son mis herramientas. No podría hacerlo de otra forma. A través del arte puedes sintetizar ideas y dar un contenido, digamos, no cerrado. Permite que la relación con el espectador sea más abierta y que interprete: crear un interés en profundizar. Pero también me cuestiono muchas veces hasta qué punto es eficaz. Es cierto que se puede generar una conversación en torno a la obra con personas que se aproximan. Cada vez más gente se plantea cómo nos alimentamos, qué repercusiones tiene en el medio ambiente y en la salud. Es una preocupación mayor. Al menos el arte enciende esa chispa de preguntar e informarse más.
¿Cómo afrontas la investigación de tus proyectos?
El proceso es muy variado porque profundizan en cuestiones diferentes dentro de la industria alimentaria. Me gusta mucho leer y hago investigación de campo cuando voy a intervenir en un espacio. Por ejemplo, en las salinas, incluso estuve de residencia. Muchos de los expertos a los que acudo son personas que trabajan con el material. Visité varias salinas antes de escoger dónde iba a intervenir. Entrevisté a los salineros, les pregunté cómo cultivan la sal, cómo trabajan, qué herramientas usan, desde cuándo lo hacen, si son negocios familiares o de nueva generación. Una investigación por pura curiosidad. Muchas veces no se refleja en la obra, pero profundizo en cada materia con que trabajo. En Bolivia tuve oportunidad de entrevistar a un empresario que exporta quinoa, también a agricultoras y “choritas”, que es como llaman a las mujeres que la venden en el mercado.
En tu trayectoria has pasado por algunas residencias donde has ido afinando tu discurso y desarrollando proyectos. ¿Hay suficientes apoyos a la creación y producción artística para los artistas de tu generación en nuestro país?
Existe una precarización muy grande en el trabajo de los y las artistas. Hay ayudas, convocatorias, residencias, pero a veces no contemplan remuneración, honorarios o retribución económica. Muchas veces hasta parece un tabú, cuando para profesionalizar a los artistas debería ser algo primordial. O de repente no hay dinero para producción. Es necesario contemplarlo para que nuestro trabajo sea sostenible. Yo complemento mi trabajo artístico con otras actividades, como la dirección de arte en cine o la docencia. En mi actividad artística lo que hago es invertir constantemente. Es muy difícil y complicado. Mi galería me apoya muchísimo, incluso económicamente en la producción. No lo hacen muchas; es muy considerada con la labor de las artistas y la situación. En Canarias contamos con algunas iniciativas buenas como “Canarias Crea”, que en ocasiones subvenciona viajes y el transporte de obra. Nos ayuda a equipararnos a artistas peninsulares que no tienen estas dificultades de desplazamiento y movilidad.
Practicas la fotografía, la pintura, intervenciones más performáticas, la escultura. ¿En qué ámbitos consideras que se desenvuelve mejor tu práctica artística y cómo ha evolucionado?
Tiene que ver con la naturaleza de cada proyecto, cada uno pide una técnica. Mis orígenes están en la pintura, mis primeras incursiones más personales fueron a través de ella. Llegó un punto en que me hacía preguntas en cuanto a la técnica que estaba usando, el soporte, los materiales. Dio pie a que fuera evolucionando, a trabajar directamente con el alimento, ver cómo hacerlo y cómo causar menos impacto con los materiales. Un proceso de búsqueda. Me gusta probar, experimentar, sorprenderme. Siempre acabo metiéndome en técnicas distintas por esa inquietud y cuestionamiento de los materiales que empleo.
Algunos de tus proyectos tienen una perspectiva más crítica, de denuncia, y otros son más propositivos, de sugerir caminos posibles hacia modelos productivos más justos y sostenibles ¿El arte puede ser una herramienta para la transformación socioambiental?
Creo que sí, el arte puede proponer. Ahora hace mucha falta buscar soluciones nuevas. La creatividad y el arte pueden hacerlo aunque sea de manera figurada, incluso a través de la propia práctica artística de elaborar proyectos más sostenibles. Sí, puede contribuir. ∎