Se trata, en fin, de una tendencia compleja, que, en su forma actual, probablemente parte del incipiente interés por la memoria de la guerra y la dictadura que despertó en la sociedad española durante los años noventa, década en la que se publicó el seminal “Un largo silencio” (De Ponent, 1997; Astiberri, 2012), de Francisco Gallardo Sarmiento y Miguel Gallardo, pero también otra obra que quizá está más alejada del canon, aunque resulta igualmente relevante: “El artefacto perverso” (Ediciones B, 1994; Astiberri, 2025), de Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953) y Federico del Barrio (Madrid, 1957), publicada, como era habitual en la época, previamente por entregas en una revista, ‘Top Cómics’, y casualmente –o no tanto– recuperada este otoño por Astiberri en una nueva edición que pone la obra de nuevo a disposición de los lectores, tras la descatalogación de la anterior, de la editorial ECC, hoy desaparecida. La relectura de este álbum resulta de enorme interés no solo por la indudable calidad de sus páginas –una trama en múltiples niveles, diálogos medidos, el blanco y negro radical de Del Barrio, con ecos de Alberto Breccia y Muñoz y Sampayo, su capacidad para mutar el estilo de dibujo–, sino también por comprobar cómo la vía que este cómic abrió en los noventa no ha acabado siendo la mayoritaria. “El artefacto perverso” se apoya en una ficción, trasunto de “Roberto Alcázar y Pedrín” (Editorial Valenciana, 1940-1976) de Juan Bautista Puerto y Eduardo Vañó, para generar un doble discurso, sustentado en los silencios, lleno de sutileza, en torno al desencanto de la izquierda en la posguerra, a la necesidad de subsistir en la derrota y en la España de Franco. Pero también, sobre todo, en torno a la perversión del sueño revolucionario y la corrupción de su militancia, tema que ha ocupado, desde entonces, buena parte de la producción de Hernández Cava. Este tipo de obras que se mueven en un metalenguaje ambiguo y poco explícito es, quizá, el más difícil de ver en el actual bum de cómics sobre la memoria o la historia contemporánea española.
Esta reedición coincide en las librerías con dos novedades que pueden considerarse, claramente, parte de esa explosión, si bien ambas ofrecen interesantes argumentos e intentan huir de la estandarización que amenaza esta corriente editorial.
“Aquí donde estoy” (Astiberri, 2025), de María Castro Hernández (Madrid, 1969) y Tyto Alba (Badalona, 1975), es una obra muy diferente. En este caso, sí estamos ante uno de los “hijos” de “Un largo silencio”, un cómic de memoria histórica que recupera las vivencias de Gabriel León Honrubia (1920-2021), quien, con tan solo 18 años, fue llamado a filas por el ejército republicano, como parte de la llamada “quinta del biberón”, y llegó a participar en la batalla del Ebro. La guionista, María Castro Hernández, trabó relación con él y pudo entrevistarlo en varias ocasiones; la escritora acierta al vertebrar su narración en la relación que su propio hijo entabló con León, ya que, de este modo, fomenta la empatía histórica con un chaval que se ve metido en la situación más horrenda que puede concebirse. Gracias a que se ha conservado la mayor parte de la correspondencia que el chico enviaba desde el frente –desde “Aquí donde estoy”, frase de apertura habitual en las cartas de soldados de para evitar dar información sensible– y a la prodigiosa memoria de un hombre de casi 100 años en el momento de las entrevistas, que se maneja con una asombrosa soltura, es posible reconstruir algunas de las situaciones que vivió, imbricadas en lo emocional, que es, a fin de cuentas, un elemento clave en la recuperación de la memoria. Pero no puede obviarse la inteligente labor de la guionista, que compone un relato fluido en su ir y venir entre pasado y presente, con el que genera una sensación de inmediatez y espontaneidad.
El humor y la necesidad de autocensurarse en las cartas desde el frente contrastan con lo que ochenta años después puede contar, que es en lo que se basan las excelentes acuarelas de Tyto Alba, dibujante expresivo, especializado en el uso emocional de un color que recrea el horror, el miedo de un joven en medio de la noche, cruzando un río mientras vuelan las balas, con esas acuarelas espectrales, a veces prácticamente abstractas, que resultan más eficaces que un dibujo realista. El libro, que también incluye un amplio dosier con textos, fotografías y transcripciones de varias de las cartas, se verá completado con un documental del mismo nombre que se estrenará en enero de 2026 –la propia María Castro Hernández es su guionista y productora–, conformando un díptico que evidencia que aún pueden encontrarse nuevas vías para la transmisión de una memoria que se nos aleja rápidamente por imperativo biológico, y que hay que conservar con urgencia. ∎