“Otra vez en casa” (“Close To Home”, 2023; Random House, 2024; traducción de Gabriela Ellena Castellotti), el debut literario de Michael Magee (Belfast, 1990), empieza, literalmente, con un puñetazo en la cara, y la narración de mandíbula prieta no reduce intensidad en sus siguientes 294 páginas. La novela nos presenta a Sean, su protagonista, que golpea a un chaval rico en una fiesta después de que este se ría del barrio de clase obrera a las afueras de Belfast del que proviene. Es un acto de violencia que dinamiza, aunque no marca el relato. Esto es más bien una manera de acompañar a Sean en su regreso a casa, y cómo este lidia con los vicios del pasado –consumo de drogas duras, violencia y problemas legales– toda vez que intenta encontrar su lugar en una ciudad que se lo pone francamente difícil a los jóvenes.
Lo hace, además, edificando la historia no en el contexto pos-Brexit actual, sino sobre los escombros de la Gran Recesión de los últimos dosmil. Irlanda del Norte, acaso la zona británica más azotada por aquella crisis, vio cómo los únicos empleos medio decentes a los que tenían acceso las nuevas generaciones, o sea, los técnicos, saltaban por los aires a causa del impacto que tuvo la recesión en la industria de la construcción. Chavales como Sean eran los primeros en ser despedidos. Esto, lo habrás adivinado bien, es territorio Douglas Stuart, una novela rica en comentario social y crítica hacia los factores sistémicos que propulsan la alienación social y el desapoderamiento. Si sigues huérfano de Shuggie, “Otra vez en casa” es un espacio seguro para ti.
En el inicio de la novela, Sean vuelve a Belfast después de estudiar literatura en Liverpool en busca de estabilidad y un propósito, y lo que se encuentra es una ciudad marcada por la pobreza, la adicción, la violencia gratuita, el trauma y la amargura que la alargada sombra que los Troubles han dejado en la sociedad norirlandesa. No hay tampoco resquicio de esperanza entre una economía al borde del colapso y un sistema en el que los propietarios asfixian a los inquilinos. Así, Sean pasa sus días bebiendo alcohol barato, pintando líneas y alternando curros de mierda con subsidios de desempleo en busca de una vida mejor.
Pero “Otra vez en casa” es mucho más que hastío existencial posadolescente en las ruinas del colapso económico, pues Magee, que se inspira libremente en su propia experiencia (Sean es una versión sombra de sí mismo, y es también el nombre que sus padres le hubiesen puesto de no ser por sus fuertes connotaciones católico-irlandesas), sobresale como un formidable narrador de las dinámicas familiares. Su relación con los distintos miembros de su familia está marcada por la tensión y los asuntos sin resolver (especialmente conmovedora y dolorosa es toda la subtrama en torno a su padre ausente y abusador que se fuga de casa para construir una nueva y aparentemente idílica vida y cómo Sean se obsesiona stalkeando digitalmente a su hermanastra pequeña).
Magee también saca oro literario plasmando ese sentimiento de alienación del que se siente extraño en casa por unos intereses y experiencias que le distinguen de la comunidad en la que creció, pero a la vez es incapaz de librarse de los significantes de clase cuando se desenvuelve con nuevas amistades. Y, aunque su obsesión con su hermanastra a menudo lo mantiene demasiado atado a un pasado del que parece imposible huir, son los potentes personajes femeninos que construye los que le aportan un sentido de esperanza y resiliencia al relato, sugiriendo que una vida mejor es posible para Sean en su viaje de autodescubrimiento y aceptación de uno mismo. ∎