Empezó como un simple encargo periodístico y acabó obsesionando a Nicola Lagioia (Bari, 1973) –Premio Strega en 2015 por “La ferocia”–: se trataba de investigar el brutal asesinato de Luca Varani, un veinteañero del extrarradio romano torturado hasta la muerte por Manuel Foffo y Marco Prato, dos jóvenes de familias acomodadas que, encerrados en el apartamento del primero, se lanzaron a un desenfrenado carrusel de cocaína y vodka y que, después de varios días de delirio, terminaron reclutando a Varani –un “chico del arroyo”, que diría Pasolini– para perpetrar su crimen sin motivo aparente, únicamente para experimentar lo que se sentía al arrebatarle la vida a otro ser humano. Fue a principios de marzo de 2016 y el suceso conmocionó a toda Italia.
En las más de 450 páginas de “La ciudad de los vivos” (“La città dei vivi”, 2020; Literatura Random House, 2022), Lagioia se sumerge hasta el tuétano en esta historia alejándose de titulares chillones y del fango de las redes sociales para intentar entender lo incomprensible, para arrojar luz sobre esa perpetua banalidad del mal que se acurruca en los rincones más profundos del ser humano.
Su investigación polifónica –que ha sido comparada con la llevada a cabo por Truman Capote en “A sangre fría” (1966)– se nutre de documentos judiciales, entrevistas con familiares y amigos de los implicados, escuchas telefónicas y pruebas de audio y vídeo para ofrecer un grandioso retrato de disfunciones familiares, confusión sexual, clasismo, vacío existencial, precariedad y adicciones en el marco de una Roma al borde del colapso y con la brújula moral pulverizada por el hedonismo y la ausencia de compromisos.
¿Cómo acabó Luca Varani, hijo adoptado por padres dedicados a la venta ambulante, en el pozo negro de Foffo y Prato, dos “señoritos” que apenas se conocían entre ellos más allá de sus esporádicos lazos toxicómanos y algún escarqueo sexual? Lagioia transita todos los senderos posibles para encontrar respuestas y comprender, porque, en uno de los momentos más desgarradores del libro, él mismo reconoce hechos de su juventud que podrían haberlo puesto en la fatal ruta del mismo desenlace: “Yo sabía lo que significaba dar medio paso en el interior del cono de sombra, sabía que había que echarse para atrás lo antes posible. ¿Qué pasaba con quien, inmerso en la sombra, seguía descendiendo peldaños?”.
Más absorbente y apasionante que cualquier thriller –esta realidad es, desgraciadamente, superior a la ficción–, “La ciudad de los vivos” irradia el diagnóstico de una sociedad enferma que parece haber olvidado definitivamente la empatía, desdibujando sin vergüenza la frontera entre víctimas y verdugos. ∎