Tras años de espera, Netflix estrena al fin “Pluto” (2023), miniserie de anime, dirigida por Toshio Kawaguchi, que adapta uno de los mejores manga del siglo. Para que entiendas la envergadura de la cosa: en “Pluto”, Naoki Urasawa –uno de los mejores mangakas vivos y maestro del suspense, autor de imprescindibles como “Monster” (1994-2002) o “20th Century Boys” (1999-2006)– toma a Osamu Tezuka –“dios del manga”– y adapta un arco de “Tetsuwan Atomu” (1952-1968), también conocido como Astroboy, su personaje más querido. Pero que no te intimiden la altura de esas cimas: la jugada va precisamente de enfrentarse a los clásicos sin temores y “Pluto” te va a noquear tanto si le rezas a Tezuka y Urasawa como si nunca has oído hablar de ellos, o incluso si no te gusta el anime. Este thriller compacto, firme y reflexivo es una de las series del año.
Atom, el valiente niño robot, es un icono ubicuo en Japón. El personaje y sus aventuras son un clásico incuestionable y el problema de venerar demasiado a los clásicos es que esto nos impide dialogar con ellos. Por suerte, Urasawa, devoto de Tezuka desde su infancia, no se dejó paralizar por la adoración y en los 2000 reinventó el arco “El mejor robot de la Tierra” (publicado entre 1964 y 1965) para convertirlo en un murder mystery para adultos.
Sin plantearlo como remake, pero tampoco como reescritura subversiva, Urasawa recuperó el universo de Tezuka y lo reconstruyó a su manera en el género que mejor domina, con sus claves formales y temáticas. Mientras que “Tetsuwan Atomu” es alegría juvenil, acción, aventuras y melodrama, “Pluto” es melancólica, cruda e introspectiva, un policíaco donde los combates se convierten en asesinatos, las inteligencias artificiales intentan tener vidas normales y los robots superpoderosos se consideran armas de destrucción masiva.
“Pluto” desplaza a Atom a un segundo plano –al menos al principio– y se centra en Gesicht, un superrobot detective mucho más urasawiano. En un mundo en el que humanos y robots conviven y los segundos ya han conseguido plenos derechos civiles, alguien empieza a matar a los robots más poderosos y a los humanos vinculados a ellos. Gesicht se hará cargo del caso y con él empezamos a navegar el misterio, pero “Pluto” aprovecha su serialidad para hilar una colección de relatos y vidas en una conspiración internacional que se va desvelando con cada nuevo punto de vista, con cada nueva conexión entre personajes.
Esas estructuras son la especialidad de Urasawa. Y son una cuestión tanto formal como ética: “Pluto” arma poco a poco un misterio poliédrico y humanista, obsesionándose con las conexiones muchas veces invisibles que nos unen, con las consecuencias de cada pequeña decisión. Ningún triunfo es aquí fruto de la acción de un único héroe ni ningún mal puede existir sin una red que lo alimente. Lo importante no es tanto el misterio como las personas –humanas o artificiales– a las que afecta. Es ese humanismo –por otra parte, el principal punto en común de Tezuka y Urasawa– lo que eleva el misterio: la serie tiene tiempo para mostrarnos cada aspiración y cada herida, para explorar la venganza, los movimientos de odio, las marcas de la guerra y las tensiones geopolíticas, pero también los viejos compañerismos, las ternuras domésticas y los heroísmos modestos. Lo global y lo personal condensado en un átomo.
“Pluto” es un manga excepcional y esta versión animada, con Urasawa y Tezuka Production detrás y la flexibilidad en los formatos que permite el streaming (ocho capítulos de una hora, duración atípica en el anime), es una adaptación fidelísima y contundente, que mantiene la densidad de su original sin pedirte que lo conozcas. La animación, el color, la música o el ritmo contribuyen a levantar un anime hecho para durar, algo que no puede estar más lejos de la idea contemporánea de “contenido”. Que no te asusten la altura de sus fuentes ni los devotos pesados como yo: “Pluto” demuestra que los clásicos lo son porque los renovamos sin arrastrar lastre. ∎