Serie

Poker Face

Rian Johnson(T1, Apple TV+)
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En su primera serie como creador, Rian Johnson –como ya hizo con esa actualización del whodunit que es la saga “Puñales por la espalda” (2019-2022) pero también con su ópera prima, “Brick” (2005), versión noir de una película de instituto– ha decidido echar la vista atrás rescatando un formato serial que parecía formar parte de una etapa pasada de la historia de la televisión, previa a la era de la hegemonía del consumo de plataforma. “Poker Face” (2023-) podría definirse como un “Colombo” (Richard Levinson y William Link, 1968-1978) de nuestros tiempos, un “Se ha escrito un crimen” (Peter S. Fischer, Richard Levinson y William Link, 1984-1996) del siglo XXI: una estrella carismática –Natasha Lyonne, fantástica, es una Angela Lansbury con voz ronca y demasiada vida a sus espaldas; una Peter Falk hípster con el pelo cardado– encarna a un personaje con habilidad especial para detectar la mentira y que resuelve crímenes a lo largo de diversos episodios que funcionan, en su mayoría, como casos independientes.

De hecho, podríamos considerar “Poker Face” tanto una creación de Johnson como de Lyonne, quien dirige un episodio muy personal, “El sueño de Orfeo”, distinto del resto en cuanto a puesta en escena –una diferencia también perceptible en el tragicómico episodio dirigido por Lucky McKee, “La hora del mono”– y en el que Nick Nolte encarna a una suerte de genio de los efectos especiales y de la creación de monstruos en stop motion que parece modelado a imagen y semejanza de un gigante: Phil Tippett. La Charlie Cale de Lyonne está construida a partir de lo que Richard Dyer llamaría la “imagen estelar” de la actriz de “But I’m A Cheerleader” (Jamie Babbit, 1999) o, lo que es lo mismo, a partir de la superposición de su imagen pública y de todos los personajes anteriores que ha encarnado. Charlie Cale, mujer errante que atraviesa Estados Unidos a bordo de su Plymouth Barracuda, detectando a los mentirosos a golpe de sonoros bullshit! y resolviendo crímenes a la misma velocidad con que conduce, se acaba los paquetes de tabaco o bebe latas de cerveza de medio litro, parece construida a partir de la personalidad pública de la actriz y de algunos de sus personajes televisivos más memorables, como la Nicky Nichols de “Orange Is The New Black” (Jenji Kohan, 2013-2019) y, sobre todo, la Nadia Vulvokov de “Muñeca rusa” (Natasha Lyonne, Lesley Headland y Amy Poehler, 2019), auténtica (y excéntrica) serie de autora(s).

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“Poker Face” es, por tanto, una serie inusual en la que la noción clásica de autoría se disuelve en lo que podríamos intuir como una relación colaborativa entre creador y estrella. De hecho, en la presencia de Chloë Sevigny en el simpático aunque menor episodio “Descanse en metal” resuena el importante papel que la actriz jugaba en la segunda temporada de “Muñeca rusa”. Es inusual también en su aspecto voluntariamente pasado de moda, un anacronismo consciente que viene dado, en primer lugar, por esa poco común –al menos en la ficción serial contemporánea de prestigio autoral– estructura de episodios autónomos tímidamente ligados entre sí por un leve hilo conductor establecido en el primer capítulo, “La mano del muerto”, y resuelto a medias en el último, “The Hook”. Y, en segundo lugar, por una dirección de arte y una cartografía espacial que juega con la confusión temporal y que consigue construir un universo que parece impermeable a toda adscripción cronológica. En “Poker Face” hay móviles, redes sociales e internet, pero también mafiosos –Ron Perlman, grandioso– que siguen grabando las escuchas en cintas de casete; moteles y gasolineras que parecen sacados de una postal vintage o de una fotografía de Stephen Shore; casinos regentados por capos criminales con daddy issues –Adrien Brody, amenazante y patético a partes iguales– vestidos con los trajes de colores vivos que llevaba Robert De Niro en “Casino” (Martin Scorsese, 1995); o ancianitas aparentemente encantadoras que juegan al mahjong y que tienen el peinado afro y la conciencia política de Angela Davis, entre otras muchas cosas.

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A través de una ficción serial muy personal que adopta el formato road movie, Johnson lleva a cabo una suerte de cartografía espacial, social y, aunque muy tímidamente, también política de Estados Unidos, que se aleja del realismo para mostrarse filtrada por la cultura pop y los referentes musicales, literarios y, sobre todo, cinematográficos de Johnson y sus colaboradores. Es difícil no pensar en “Poker Face” como en un patio de juegos de su creador principal, pese a lo que comentábamos antes de la presencia carismática y de la evidente coautoría de Lyonne. Esto se demuestra en la presencia de actores como Joseph Gordon-Levitt –que construye de forma impecable una versión especialmente odiosa de una masculinidad tóxica en el que es, tal vez, el episodio más redondo de la serie, “Huida de la montaña de la mierda”– o Adrien Brody, recurrentes en la filmografía de Johnson. O en las múltiples referencias cinematográficas y culturales que, como decíamos, plagan los guiones de los diez episodios. Por poner solo un ejemplo, esta es una serie en la que un magnate de la barbacoa texana sufre una revelación y se hace vegano al ver “Okja” (Bong Joon-ho, 2017). Y no vamos a extendernos en el momento en que, en “Descanse en metal”, Johnson incluye un guiño directo al pódcast de su esposa, la periodista y crítica cinematográfica Karina Longworth, el absolutamente recomendable “You Must Remember This”.

Tal vez esta sensación de estar presenciando una suerte de fiesta privada en la que entiendes solo la mitad de los chistes que los invitados están contando sea la principal debilidad de “Poker Face”, a lo que se le tiene que añadir el irremediable desequilibrio inherente a toda serie constituida por episodios autónomos, dirigidos además por diversos realizadores. Sin embargo, y pese a ello, lo que acaba dejando poso tras el visionado de la primera temporada es la seguridad de haber disfrutado de algunos episodios realmente memorables, como “La mano del muerto” o “Huida de la montaña de la mierda”, ambos dirigidos por Johnson. Y también la contagiosa sensación de euforia, hermandad y disfrute propios de toda gran fiesta; es realmente difícil poner problemas a una obra que se toma tan en serio el amor por el cine y el placer que este provoca como para dedicar un episodio entero a creadores de monstruos analógicos como Phil Tippett o para devolvernos, en plena forma, a Nick Nolte, Ellen Barkin o Ron Perlman. ∎

Old school.
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