Serie

Sandman

Neil Gaiman, David S. Goyer y Allan Heinberg(T1, Netflix)
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Resulta significativo que el mejor episodio de esta adaptación televisiva de la saga homónima de cómics escrita por Neil Gaiman sea el último, añadido por Netflix a modo de propina dos semanas después de que aparecieran en la plataforma de streaming las diez entregas principales. Dicho episodio incluye dos historias que participan del universo Sandman, aunque el protagonista del cómic y la serie –Morfeo, Rey de los Sueños– esté lejos de tener un papel predominante.

La segunda de tales historias, “Calliope”, basada en el número 17 de la cabecera, nos parece excelente: guarda un equilibrio notable entre la fantasía y lo mundano, y sabe expresar con sencillez el poder de Morfeo para manipular el inconsciente y la imaginación de los seres humanos. Echamos a faltar esas dos características en los restantes episodios de la serie.

Se ha debatido mucho a lo largo del mes de agosto sobre “Sandman” (2022-): su grado de autonomía creativa respecto de los cómics originales editados por DC y Vertigo, la calidad de su realización y sus efectos visuales, las políticas de diversidad que ponen de manifiesto sus imágenes… En lo que toca al primer aspecto, la serie hace esfuerzos demasiado literales por poner en valor en otro medio una marca de contrastada popularidad –aún a fecha de hoy– para los lectores de cómic.

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La consecuencia es que Morfeo continúa siendo iconográficamente una criatura neogótica y post-punk, es decir, un anacronismo estético, mientras que la habilidad de Gaiman para transformar los poderes del personaje y su reino en una reinvención de numerosas tradiciones mitológicas y literarias apenas está enunciada. La serie ha sido incapaz de reformular a Morfeo en imágenes a fin de que cristalice en sus rasgos el espíritu de nuestra época y nuestra interpretación de la cultura del ayer, y lo mismo puede decirse de la adaptación de algunos de los arcos argumentales más celebrados del cómic. Véase el quinto episodio, “24 horas”, muchos de cuyos sentidos ya no son tan operativos como lo fueron en 1989.

Este carácter poco arriesgado de la serie –achacable a la implicación estrecha de Neil Gaiman en su desarrollo– se traslada también a la puesta en escena, encargada a meros profesionales del medio televisivo que parecen haber usado los cómics como storyboards de los episodios, así como a los efectos digitales, sin duda competentes pero atravesados –como la fotografía y la dirección artística– por la grisura visual que a estas alturas Netflix ha convertido en seña de identidad.

Y no tenemos demasiado que decir por último sobre la inclusión llamativa de actores afroamericanos en el reparto, salvo para señalar que el cómic de Gaiman ya hacía gala de una agenda comprometida, si bien orgánica y personal, y que Kirby Howell-Baptiste es una actriz a la que le falta chispa para encarnar a un personaje tan carismático y tan complejo a nivel representativo como Muerte. “Sandman” no tiene tanto un problema de diversidad en su reparto como un problema de actores inanes en casi todos los papeles, con la excepción de secundarios con personalidad –Boyd Holbrook, David Thewlis, Stephen Fry, Gwendoline Christie– cuya presencia anima más de una y dos escenas.

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A nuestro juicio, volvemos al principio, el mayor defecto de una serie tan correcta y tan poco inspirada/inspiradora como “Sandman” es que, como producto televisivo, ha perdido por completo el contacto con una sustancia de la realidad –en particular la británica– que nunca dieron de lado los cómics, lo que imposibilita el contraste fructífero con los elementos fantásticos.

Leyendo “Sandman” (Neil Gaiman, Sam Kieth y Mike Dringenberg, 1988-1996), teníamos claro que abordaba cuestiones intemporales relacionadas con la naturaleza humana y, al mismo tiempo, se palpaba en las viñetas el momento social e histórico y, sobre todo, las dinámicas cotidianas propias del tiempo en que habían sido dibujadas. La serie, salvo en lo relativo a “Calliope”, transcurre en una suerte de limbo irreal de ficción, como evidencia esa escena del segundo episodio, “Anfitriones imperfectos”, en la que no se acierta a retratar de manera verista un simple local nocturno.

Todo en el “Sandman” televisivo transmite sensación de guardarropía y trampantojo, tanto si ocurre en un parque a plena luz del día o en el núcleo mismo del infierno. Un efecto perturbador que no es exclusivo ni mucho menos de esta serie; afecta a infinidad de productos culturales de nuestro presente y dice mucho sobre nuestro auténtico compromiso bajo las apariencias con cuanto nos rodea. ∎

Sueños de arena.
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