Película

The End

Joshua Oppenheimer

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A juzgar por la trayectoria demarcada en la filmografía del director estadounidense-británico Joshua Oppenheimer, uno podría considerar que la ficticia “The End” (2024, se estrena hoy) se trataría de una desviación en la parábola del realizador afincado en la memoria histórica. Especialmente si se tiene en cuenta que se trata de la primera obra que dirige después de su contundente bilogía documental, conformada por “The Act Of killing” (2012) y “La mirada del silencio” (2014).

Hay una idea que sí conectaría este cuento apocalíptico con sus dos grandes piezas previas, nominadas al Óscar. Estas se desarrollaban con los códigos propios de su género, pero en ambas se establecía un interesante juego con la representatividad, que revisaba los episodios del pasado desde la mirada de la actualidad. Así, los propios exmilitares indonesios que perpetraron el genocidio de la población comunista en los años sesenta reinterpretaban sus recuerdos y relataban a cámara, con gestos orgullosos, las violentas formas en las que se iban deshaciendo de los cuerpos.

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Este punto recóndito de la metaficción podría considerarse el germen de una apuesta tan atrevida y artificiosa como “The End”, que podría ser la adaptación directa de una obra teatral que nunca ha existido. En ella, una familia ha sobrevivido durante 20 años al apocalipsis gracias a un amplio y laberíntico búnker en una mina de sal, donde no les faltan privilegios ni personas trabajando a su cargo. Los patriarcas, interpretados por Michael Shannon y Tilda Swinton, viven adaptados al refugio; así como el hijo único, un George MacKay en una madurez vocal e interpretativa notable desde “Amanece en Edimburgo” (Dexter Fletcher, 2013). Pero su mundo interior se desestabiliza cuando llega por sorpresa una superviviente (Moses Ingram) a la que deciden acoger no sin ciertos reparos.

El optimismo infantil del hijo, que nunca ha visto el mundo exterior ni ha cuestionado su realidad, parece infundir al resto de personajes ciertas ganas por cantar melodías armoniosas. Pero el encantamiento se va resquebrajando. El declive lento y progresivo de los personajes se resiente en una duración extendida del filme, que parece aspirar al propio formato de Broadway: un relato estirado, un elenco limitado, un escenario fijo que se esfuerza en no antojarse repetitivo, y determinados números musicales que destacan levemente entre una partitura, por lo general, olvidable.

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No le falta personalidad, sin embargo, a la apuesta. Oppenheimer parece más interesado en crear uno de esos musicales oscuros que podría hermanarse con “Bailar en la oscuridad” (Lars von Trier, 2000) o “Annette” (Leos Carax, 2021) que en recrearse en la fantasía alegre de los clásicos. Algún momento protagonizado por Tim McInnerny y un entregadísimo Shannon incorpora el claqué e incluso bellos cambios lumínicos dentro de una misma secuencia, pero todo sirve de contrapunto para proseguir con un oscuro discurso sobre el arrepentimiento, el orgullo y los crímenes que el ser humano realiza en nombre de la supervivencia.

Surge de ella un interesante debate, que ya comenzó con “La mirada del silencio”, acerca de la capacidad de olvido y la necesidad de una responsabilidad social. Y aunque su imaginativo guion vaya colándose por agujeros tan grandes como aquellas galerías de sal, su lectura política, que subyace entre líneas, es tan firme que merece la pena traspasar la franja que separa la cordura de la toxicidad en esta familia tan carcomida por dentro. ∎

La música nos hará libres.
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