Si una cosa está clara, es que
Tim Winton (Perth, 1960) sabe cómo arrancar una novela.
“Respira” (“Breath”, 2008; Libros del Asteroide, 2024; traducción de Eduardo Jordá ) es una clara prueba de ello. El inicio es trepidante y sobrecogedor. Dos paramédicos llegan a un apartamento donde una familia llora lo que aparenta ser el reciente suicidio de su hijo adolescente. Todo indica que se ha ahorcado, pero el paramédico, y narrador de la historia, ha vivido lo suficiente como para saber que hay mucho más en esa escena. Y te lo deja saber muy literalmente, lo que le da pie para rememorar su propia historia y de cómo él se salvó de esa correa en el cuello que nos aprieta a todos desde que nacemos y que algunos no saben quitarse a tiempo.
¿Es bueno o malo que lo mejor de un libro ocurra en las primeras diez páginas? Al menos allí hay encapsulada la historia en pleno y en realidad no se necesitaría nada más. Pocos autores tienen el talento para lograr algo así. Lo que sucede a continuación es mera retórica, una historia de crecimiento y madurez, un relato de iniciación de un adolescente que encuentra en el océano y en las experiencias extremas el escape de una vida que le está dejando sin aire. Los amigos, el descubrimiento de la adrenalina como eje de la excitación sexual y motora, la necesidad de transgresión y aventura, todo irá en una espiral trágica que acabará con nuestro protagonista al borde de la ruina mental, y a todas las personas que se cruzaron en su camino y aspiraban a lo mismo, en fantasmas llenos de muerte y dolor.
Porque el eje principal de atención de toda la historia es el narrador, Bruce Pike. Este nos contará su encuentro casual a los 14 años con Loonie, compañero de colegio que lo ayudará a dejarse llevar y buscar ir más allá de cualquier límite. Juntos conocerán a Sando, gurú del surf y la aventura, que los adentrará sin miedo en ese nuevo mundo del “todo es posible”. Y, por supuesto, estará el descubrimiento sexual con la mujer de este, Eva, cuando Bruce es todavía un adolescente.
La metáfora de la vida como respiración se repite a lo largo de toda la novela. Ocurre cuando los adolescentes fingen que se ahogan en el agua para asustar a los turistas y vecinos. O cuando Eva lo incita a que la ahogue al llegar al clímax sexual para potenciar el orgasmo. Respira, vive, pero si intentas algo que vaya contra esta naturalidad primigenia, podrías ahogarte de verdad, así que ten cuidado con lo que haces, amigo. Sí, es una historia de iniciación porque es una historia moral sobre las virtudes de la normalidad y los riesgos de intentar huir de ella.
Lo cierto es que el hecho de que la historia se cuente de forma retrospectiva, cuando el narrador ha calmado sus demonios y se ha reconciliado con la vulgaridad de la vida, roba algo de urgencia y realidad a la acción troncal de la novela. Porque un viejo contando su historia siempre será una historia vieja. Un joven contando su historia siempre será una historia joven. Aquí no vemos juventud, no vemos riesgo, no vemos desconocimiento, vemos el drama de un hombre expuesto sobre un tablero de forma fría y racionalizada a posteriori, y eso le quita autenticidad y sentimiento.
El último acto del libro, cuando el hombre explica cómo venció su mirada al abismo y nos explica lo genial paramédico que es gracias a ello, queda algo forzado y la profundidad emocional que quiere conseguir se queda casi en parodia. Porque Tim Winton es uno de esos escritores que cuando escribe bien escribe como los ángeles, pero cuando escribe mal es atroz. No hay nada mediocre en su literatura y por eso es sin duda uno de los grandes autores australianos, apenas traducido por estas latitudes: busquen
“Música de la tierra” (2001; Destino, 2008) y
“En la oscuridad del invierno” (1988; Catedral, 2021). Sus picos son tan altos y sus depresiones tan bajas que convierten sus novelas en completas montañas rusas tanto emocional como estéticamente.
La obra, aclamada en medio mundo con razón, es una mezcla entre el compadreo salvaje de “Le llaman Bodhi” (Kathryn Bigelow, 1991) y las historias de iniciación de las películas superficiales de los ochenta del Brat Pack. Y sí, la novela llega a alcanzar gran simbolismo, y cotas altísimas, pero cuando cae, cae sin paracaídas alguno. ∎