La nueva temporada de “True Detective” (2014-), que dirige y escribe la mexicana Issa López, se instala en una comunidad imaginaria, Ennis, al norte de Alaska, en la larga noche polar que atraviesa la Navidad y el Nuevo Año. El lugar es una especie de estación terminal llena de tensión y violencia –a veces silenciada y otras brusca– y de tipos huraños, esquivos, disfuncionales, posibles fugitivos. De fondo se traza un tejido histórico de conflictos raciales –entre los pueblos originarios y los blancos–, sexuales, políticos y económicos: una mina en la que trabaja la mitad de la población y que explota los recursos naturales y contamina el lugar.
El origen de la intriga es la desaparición de un grupo de científicos en una estación de investigación (Tsalal) y la trama oscila entre el materialismo –la concreción atmosférica– y el aura de lo fantástico –apariciones, fantasmas, visiones– que ya caracterizaba las anteriores temporadas de la serie. Siguiendo el patrón fijado por Nic Pizzolatto –el creador de las tres anteriores temporadas–, esa investigación primera se vincula con otra del pasado –el caso del asesinato de una activista local de origen indígena, Annie Kowtok (Nivi Pedersen), seis años atrás– y la llevan a cabo una pareja de detectives cargada de traumas y con una relación problemática entre sí: aquí dos mujeres, las policías Liz Danvers (Jodie Foster) y Evangeline Navarro (Kali Reis). Se ha visto o promocionado que Issa López aporta un punto de vista feminista al mundo viril previo de la serie, pero resulta más bien tímida e indecisa al respecto, y cabría preguntarse si consigue despegarse de los motivos y lugares comunes desde esa perspectiva.
Como es habitual en el género noir hoy en día, hay una tendencia al subrayado indicativo, el abuso de lo simbólico y a la resolución de los conflictos psicológicos. No se deja que la trama siempre fluya ni el misterio avance, por interrumpirla con insertos o flashbacks explicativos, y por sobrecargarla con una mezcla de ideas y referencias acerca de lo que la serie podría ser. Sin embargo, hay ideas latentes o esporádicas en las que se podría haber profundizado, quizá descartando y depurando otras: pienso, por ejemplo, en la sororidad dentro de la comunidad, planteada en escenas como la del parto de Annie K, y que pese a su importancia argumental no se materializa apenas.
Liz empieza la serie buscando sus gafas y lo que se narra desde entonces es su búsqueda de la visión correcta o la dificultad para ver, según nuestra tendencia a focalizar por sesgos e inercias y desenfocar aquello a la que no se presta atención y no suele ser representado; esta misma cuestión concierne a las preguntas que hacemos, a quién y en qué forma. La resolución al respecto es muy coherente y una de las ideas más logradas por parte de López, aludiendo también a uno de los aspectos de la vida –el trabajo– que ha quedado más invisibilizado en el audiovisual.
Otra de las buenas ideas es la imagen enigmática sobre la que pivota la investigación, la de los científicos muertos, con sus cuerpos congelados en una forma escultórica de gestos, posturas y expresiones de espanto y alucinación. Sin embargo, López es muy poco imaginativa con las escenas que sugieren lo fantástico, en un pastiche de figuraciones tópicas sobre lo paranormal, lo surreal y lo sobrenatural. La primera escena muestra a una manada de alces que se precipita al vacío ante la mirada de un cazador. Esta enigmática fuerza de atracción se disipa, como otras que irán surgiendo, sin materializarse en la visión estética ni en la manera de vincular a los personajes con el mundo.
Frente a la ideología tecnocrática en la que nos situamos, configurada según el propósito de transformar el mundo, López podría haber planteado el estilo y el punto de vista –ya que se acerca a una cultura indígena reprimida y a la explotación de los recursos naturales– desde la disidencia y alternativa de aquellas culturas y tradiciones que se configuran según el anhelo de ver el mundo de un modo correcto (y no como un objeto que hay que poseer y manipular). Pero no hay trabajo ni tiempo o espera para la percepción de sus protagonistas: Navarro tiene fe y espiritualidad, pero se problematiza como una enajenación; Denvers es cínica y desconfiada, pero no se abre su espacio real de duda o transformación posible ante el misterio. El enfoque se pone en su maraña psicológica y en el guion como fórmula clínica para resolverla.
En un artículo reciente, Víctor J. Vázquez recordaba que en su última obra de teatro Angélica Liddell “llamaba hijos de puta a todos aquellos empeñados en educar a los niños sin una idea de la trascendencia, privándoles de la energía espiritual de las grandes palabras, haciendo del desaliento y el pesimismo una profecía autocumplida”. Es un asunto acaso crucial para reconocer un punto ciego de nuestra época y también de sus formas artísticas, en la medida que cada vez parecen podar o suprimir más esa idea. Me venía a la cabeza todo esto en relación a “Twin Peaks” (David Lynch, 1990-1991/2017) –a la que invoca “True Detective” entre su mix de referencias heterogéneas– quizá como la muestra más poderosa de idea de trascendencia y misterio que se ha visto en los últimos años.
El legado familiar y generacional, al igual que la sororidad, es otro asunto central que atraviesa sin convicción “True Detective. Noche polar”. La trama lo relaciona con lo espiritual a través del pictograma del espiral que conecta a esta temporada con la primera –“más viejo que Ennis y más viejo que el hielo, probablemente”–, según señala el personaje de Rose Aguineau (Fiona Shaw). Pero fijémonos en cómo la serie enfatiza y abusa de este símbolo: la disposición de las fotos, etc. Hemos pasado de la opacidad detectivesca, de la idea de que no podemos tener todas las llaves y de que en cada subjetividad y en el mundo siempre quedan zonas de misterio por resolver o inextricables y a las que no se puede o vale la pena acceder –aún más si eran del pasado–, a rebajar la fuerza de atracción de la intriga para que las ficciones policíacas se centren en rebuscados traumas psicológicos y en la sobrexplicación del yo. Nada más ajeno a la apertura hacia el misterio originario –y la función artística de preservarlo– que esta tendencia recurrente a rastrear en el pasado de los personajes a fin de encontrar las supuestas escenas que resuelven y esclarecen sus conflictos. De esta forma, “True Detective. Noche polar” se desvincula de la visión espiritual que atraviesa ese mundo ártico extremo y marginal, para manifestarse desde los síntomas neuróticos y propagandísticos de nuestra época. ∎