“Un caballero en Moscú” (2024), adaptación de la celebrada novela de Amor Towles de 2016, tiene un poquito de todo: algo de aventuras, otra pizca de película de espías, de romance, melodrama y hasta algunas consideraciones sobre política. Ahora bien, y por categorizar, la serie desarrollada por Ben Vanstone –“Todas las criaturas grandes y pequeñas” (2020)– es, sobre todo, una ficción sobre la familia: hermanos y hermanas, esposos y esposas, madres, hijas... Miembros familiares, consanguíneos o no, arremolinados alrededor de la figura paternal de Alexander Ilyich Rostov, el aristócrata atrapado en el Moscú de la revolución a quien Ewan McGregor pone rostro con una convicción emotiva.
Su historia se enmarca en un período de tres décadas, entre los primeros compases de la Unión Soviética y la llegada de Jrushchov al poder tras la muerte de Stalin. Ahora bien, olvídense de ver desfilar por “Un caballero en Moscú” a activistas y represaliados de renombre –los poetas Anna Ajmátova u Osip Mandelstam; los políticos Grigori Zinóviev y Lev Kámenev– o de conspiraciones del politburó, porque el contexto de la revolución soviética es más bien un pretexto para contar una historia sobre las relaciones personales como tabla de salvación cuando el mundo se desmorona.
Towles ha explicado en varias ocasiones que imaginar cómo sería vivir en un hotel fue lo que lo llevó a fabular sobre el Metropol como escenario de una ficción. El establecimiento es, de hecho, un hotel real y de pedigrí legendario: situado frente al Kremlin, todavía sigue en activo y esplendoroso, después de haber sobrevivido a la revolución bolchevique, al ascenso y caída de la Unión Soviética y a la convulsa historia reciente de Rusia.
En la serie de Vanstone hay un mimo extremo a la hora de poner en pantalla un escenario que es, valga el tópico, casi un personaje más. Y no solo por el trabajo del equipo de arte, sino por el papel de ese espacio en el relato, entendido como refugio del terror y la violencia que se impuso en prácticamente todo el siglo XX. El arresto domiciliario en el hotel deja a Rostov llorando por ese mundo perdido de ayer, pero le permite sobrevivir durante el feroz estalinismo e incluso a la Gran Purga de la década de los años treinta.
No tan convincente es el apartado del casting. Y no tanto por los jugueteos con el anacronismo al incluir en el reparto a intérpretes afrodescendientes o de ascendencia asiática, sino por el desequilibrio entre el protagonista y la corte de secundarios.
Si McGregor va afianzando su presencia a medida que el personaje entra en años, supliendo esa carencia de porte sofisticado por una ternura cautivadora, se echa de menos que el resto de los personajes sean más ricos en matices. Es cierto que el hecho de que la miniserie se desarrolle en apenas ocho episodios es uno de los motivos de estas carencias, pero la historia hubiera mejorado mucho si las elipsis temporales no hubiesen afectado tanto la relación del protagonista con Nina (Leah Balmforth de adulta y Alexa Goodall de niña) y con su hija Sofia (Beau Gadsdon de adulta y Billie Gadsdon de pequeña).
Del mismo modo, a Mary Elizabeth Winstead en su papel de Anna le sucede lo contrario que a McGregor. Si en un principio aparece arrebatadora como la estrella cinematográfica emergente del nuevo régimen estalinista, sofisticada e indulgente, cuando cambian las tornas y deja de gozar del favor del poder, al entrar en la edad madura, no resulta tan convincente. Y pese a que Johnny Harris como Osip Glebnikov impone su carisma en el rol de némesis del protagonista, pronto intuimos que tanto amargor se va a transformar en una de esas amistades profundas a pesar de las circunstancias, y con guiño a “Casablanca” (Michael Curtiz, 1942) incluido.
Sea como fuere, “Un caballero en Moscú” es efectiva en tanto que pone en escena a personajes obcecados en practicar la bondad a pesar de las circunstancias. Por momentos una teme que la serie haga suyo el tono de “La vida es bella” (Roberto Beningni, 1997), al plantear este mundo cerrado de ensueño y camaradería ajeno a los horrores de la realidad, pero la serie sabe cambiar de rumbo para esquivar ese tipo de derroteros aún cuando va sobrada de glucosa. En suma, un crowd pleaser en toda regla, para fans de la novela original y para quienes aún no la hayan descubierto. ∎