Amaral arrancó su carrera en 1998, pero no fue hasta entrados los 2000 cuando comenzó a configurar lo que en España se entendía como pop. El dúo maño integrado por Eva Amaral y Juan Aguirre formaba parte de una escena poco multitudinaria en cuanto a miembros y mucho en cuanto a espectadores, pues sus inicios se desarrollaron en un contexto en el que dominaba aquel que sonase en Los 40 Principales (MySpace se fundaría un año después de la publicación de “Estrella de mar”). De 2002 (año en el que la banda empezó a formar parte de la cultura popular española) también son “Complicated” de Avril Lavigne o “Clocks” de Coldplay y, del año anterior, “One More Time” de Daft Punk o “Survivor” de Desinty’s Child. El pop (lo popular) ya existía en todas sus formas y colores, pero el mainstream español tenía esa cosa, todavía minúsculamente globalizada, que sonaba a eñe. El Canto del Loco intentaba (recalco que solo lo intentaba) ser Sum 41, y Fito quería (recalco que solo lo quería) ser Mark Knopfler, pero ninguna de las bandas que copaba las emisoras estaba impregnada 24/7 de lo que sucedía fuera: en consecuencia, se configuró un pop-rock que sin Estados Unidos no hubiera sido posible, pero que aun así sonaba nacional.
Amaral formaba parte de todo ese entramado que, dentro o fuera del canon, mejor o peor, ha moldeado un modo de componer y un modo de escuchar: lo que es una canción, lo que es un temazo, lo que es merecedor de atención o a lo que tiene que sonar el pop-rock hecho aquí se entiende para toda una generación que ahora ronda la treintena en base a las primeras canciones que consumía en su infancia, que pueden ser “Como hablar” o “Sin ti no soy nada”. No obstante, y pese a sus orígenes multitudinarios, han sido los únicos que a posteriori han sido reivindicados por la tradición alternativa y/o han cambiado la manera en la que son concebidos por los “adalides del buen gusto”: está bien que así sea, porque son los únicos que han envejecido bien (no solo su forma presente de enfrentarse a la música, sino también su anterior discografía). Es por ello que “Dolce Vita”, su noveno disco de estudio, ha sido tan agradecido por su audiencia: no solo recuerda a los orígenes de los maños, sino a esa construcción arquetípica de lo que el pop ha de ser para muchos. Es decir, no suena a los inicios de la banda, sino a los tuyos como oyente en formación (si eres millennial).
En cualquier caso, la nostalgia es un arma muy poderosa, pero un arma de doble filo. Es, casi siempre, un lastre, y es por eso que el dúo tampoco se regodea en añorar una época que ya no existe: la construcción de algunos estribillos (“Tal y como soy”, “Hasta que la música se acabe”) puede recordar a “Pájaros en la cabeza” (2005), si bien, en general, esa visión retrospectiva parece más un sanbenito que se les ha colgado. “Dolce Vita” es un álbum que habla sobre una transición hacia la vida contemplativa, o la descripción de una utopía alejada de los cánones de las ciudades o la presión social, y es por ello que el trabajo se acerca mucho más al folk que sus predecesores. Así, “Libre” comienza con unas percusiones tribales y un punteo acústico que pueden recordar a las primeras producciones de Xoel López, mientras que Amaral pregona que ha de vivir libre “hasta que se muera”. Con un poso más pop, “Tal y como soy” prosigue esa senda libertaria que se mantiene en todo el disco: “No voy a disimular las ojeras cuando le estreche la mano a la reina” es la frase que abre la composición, inspirada en el momento en el que el dúo ganó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Por su parte, “Ahí estás” referencia a la Princesa Leia (“Star Wars)”, Sylvia Plath, Juana de Arco o Carlos Marx, y así parece que empieza a definirse una protagonista (más o menos autobiográfica) de actitud guerrera (“Tengo el casco de acero, una coraza que parte por la mitad todos los miedos”, canta en “Rompehielos”) y con necesidad de un cambio que acaba encontrando en un seudoexilio: es un disco visiblemente compuesto en un entorno rural. Con respecto a eso, las metáforas a la naturaleza (y, más específicamente, a la ornitología) son evidentes: “Pájaros”, que cierra el álbum, es una enumeración de muchas aves de la fauna española, que también aparecen en la canción que da nombre al disco (“Somos las aves del cielo y los lirios del campo”).
Hay múltiples referencias al agua, a los juncos o a los árboles. La portada es una foto de ambos jugando en una cascada y todas las gotas de agua que han quedado en el aire aparecen paralizadas en primer plano. Entre folk norteño, pop de la España y2k y algún resquicio electrónico que pudo quedar tras “Salto al color” (2019), Amaral retratan un paisaje estático en una era de cambios; una transición en la que, de algún modo, pueden pararse a respirar con alivio, porque se trata de un cambio a mejor. ∎