El violinista (en realidad, mutinstrumentista) Blaine L. Reininger es uno de los fundadores de Tuxedomoon, una de las más imaginativas bandas surgidas del choque entre el rock de vanguardia y la nueva música contemporánea nacida de los postulados minimalistas. Intervino en la creación de sus tres primeros álbumes y después ha mantenido una relación de idas y venidas y colaboraciones con el cofundador de la banda, Steven Brown, que el propio Reininger define como del tipo Lou Reed-John Cale o David Crosby-Graham Nash: “Dos socios que no se llevan muy bien entre sí”.
Desde hace años, Reininger vive en Atenas con su esposa, la pintora y artista griega Maria Panourgia (autora de la portada del nuevo álbum, “Ocean Planet”), y desarrolla una carrera constante y productiva, pero de perfil bajo, componiendo para teatro (ámbito en el que también ejerce como actor) y para sus fans, a través de la plataforma de micromecenazgo www.patreon.com en la que está “obligado a escribir al menos tres canciones al mes en beneficio de mis seguidores, y luego ellos me dan dinero, y yo utilizo ese dinero para sobrevivir”. Ese espacio lo utiliza Reininger como un reservorio de material inédito y es de ahí de donde surge parte del material que ahora aparece en “Ocean Planet”, un disco publicado por el sello italiano Dark Companion Records. Se trata de una compañía fundada por Massimo Marchini, un viejo fan de Tuxedomoon –“Dark Companion” es una de las primeras canciones del grupo, publicada como single en 1980– que también ejerce como promotor de conciertos en Italia. Fue así, contratando a Reininger para un concierto en Piacenza, como se estableció la relación por la que le pidió temas para publicar un disco. El músico estadounidense le mandó veinticinco, de los que el italiano seleccionó los doce que conforman el álbum, compuestos en el período 2020-2022. Vaya por delante que la producción de Reininger es muy diferente de la de Tuxedomoon: ni están los vientos de Steven Brown ni el pellizco del bajo de Peter Principle. Y ni siquiera encontramos ese aire ligeramente histérico que constituye uno de los grandes aciertos vanguardistas de aquel conjunto de leyenda.
Aunque la mayoría de los temas de “Ocean Planet” están rescatados de ese “cajón” de micromecenazgo, cinco de las piezas ya habían sido usadas en varios de los espectáculos teatrales griegos en los que Reininger ha participado en los últimos años. “Shelley Hellas” utiliza el texto de “Hellas”, un poema épico del poeta romántico inglés Percy Bysse Shelley, empleado para el espectáculo “Una canción para Grecia”. “Bones” emplea citas de un texto de Samuel Beckett. “Ocean Planet”, el instrumental que da título al álbum, e “Incantations” se usaron en una producción de “Troilo y Crésida”, de Shakespeare, dirigida por la esposa de Reininger para el Teatro Nacional Griego. E “Iris” se usó en una versión de “El malentendido”, de Albert Camus, dirigida por Yannis Houvardas. Pese a ese carácter utilitario, en ningún momento tenemos la sensación de que se trate de meras piezas incidentales: el peso específico de las composiciones de Reininger hace que su escucha no pase desapercibida. Y eso que, comparado con su álbum anterior, el doble “Wounds And Blessings” (2021) –un disco de inspiración rockista a la manera afterpunk de los primeros ochenta–, “Ocean Planet” está formado por piezas profundamente atmosféricas e introspectivas, casi todas instrumentales.
El álbum se abre con la pieza que da título al LP, una composición ambient que, pese a lo abstracto que es siempre el lenguaje musical, casi se puede asegurar que nos permite visualizar el horizonte infinito de un océano en calma a la hora del crepúsculo. Sin ser un espejismo de lo que viene a continuación, el resto del disco deambula por derroteros más oscuros e intimistas. Pese a tratarse de temas independientes entre sí, su grandeza estriba en la homogeneidad de unas composiciones que se engarzan entre ellas con precisión casi milimétrica. La exuberante e intrincada belleza de los temas encuentra su clímax en “Incantations”, una de las más hermosas melodías jamás creadas por Reininger, con la que, curiosamente, nos vuelve a llevar a las horas crepusculares, pero situándonos ahora en las Grandes Llanuras de su Colorado natal. Este es, quizá, el único fallo de emplazamiento. “Incantations” debiera ser la guinda final, no la antesala a tres piezas que nos vuelven a situar en el plano más oscuro intermedio. ∎