Tras haber subido la apuesta con el más que notable “Mar de cristal” (2018), Elisa Pérez, Caliza, reemprende la acción con un tercer LP donde se desdobla en toda clase de amplificaciones pop de sí misma. Una suerte de caleidoscopio donde los fantasmas del Franco Battiato ochentero y las raíces synth de Brian Eno funcionan como referencias en la distancia, aunque de poso inconfundible en la vertebración de un alegato ecológico de indudable poder evocador. Bajo estos parámetros, Elisa se embarca en una aventura synth que transita múltiples mutaciones de la concepción minimal, como en su vampirización de la copla, llevada a cabo en “El jardinero”. Esta última es una de las invenciones más sorprendentes de lo que ha preparado Caliza en tan contagiosa sucesión de viñetas inspiradas en distopías, ocasos vitales y cambios climáticos. Esta última rama reflexiva proviene de la influencia que tuvo la muerte de su hermano, en 2019, cuyo espectro sobrevuela la reparadora melancolía vital que trasciende a lo largo de cuestiones tan desesperanzadas como las verbalizadas en cortes como“Miedo”, de solemne inspiración oriental y con letras muy representativas: “Tengo miedo, ¿por qué no lo tienes tú? Solo pienso en lo mismo siempre, ¿por qué no lo piensas tú?”.La sensación de soledad ante miedos globales se extiende a lo largo de un cancionero en el que podemos ser testigos de cortes como “Adaptación”, en el que nos vemos impregnados por una atmósfera que suena a versión turbia de The Blue Nile. Algo más de seis minutos que sirven como cierre monumental, además de exorcismo ante el dolor de la pérdida más dura, pero sobre todo como visión tan optimista como apesadumbrada de lo que nos depara el futuro.
Sea cual sea el momento escogido, el tono neutro vocal de Elisa timonea las constantes de un cancionero fraguado desde un eje de movimiento horizontal, de crecidas y bajadas prácticamente imperceptibles, alrededor del que ha tejido monumentos de condición elegíaca como “Nuestros restos”, donde las matemáticas Kraftwerk hacen acto de presencia en esta especie de prima lejana de la mitad nuclear de “Radioactivity” (1975), obra de los humanoides bávaros por excelencia. Y con la que comparte inquietudes conceptuales.
Eso sí, lo que realmente emerge de la visión panorámica propuesta es un juego de referencias que llegan hasta la indudable comparación con las emotivas sinfonías techno compuestas por Kelly Lee Owens, con quien comparte su gusto por dotar de biorritmos atmosféricos a cada una de las nebulosas dibujadas a través de esta mirada bipolar de nuestro pasado-futuro.
Desde otro extremo, de impulso menos sosegado, surge “La fiesta del colapso”, pildorazo de constantes synthpop y pulsión endorfínica. Vitamina concentrada en un estribillo de altos vuelos, que bien podría formar parte del imaginario metamático de John Foxx. A esta desasosegante supernova pop le sigue “El gran filtro”, pieza instrumental que se empapa de las propiedades psicodélicas resultantes de la metodología kosmische aplicada por gurús de la misma como Klaus Schulze, a quien recuerda este brote de los doce invocados en tan inspirado tarro de las esencias tecnopop. ∎