Álbum

Candelabro

Deseo, carne y voluntadRegistro Móvil-Sonido Muchacho, 2025
“Deseo, carne y voluntad”, el segundo trabajo de Candelabro, amplía su horizonte sónico y moral: una obra que transforma el desparpajo adolescente de Ahora o nunca(2023), su primer LP, en un tratado sobre la fe, la culpa y la identidad chilena, atravesado por un sentido de comunidad y de catarsis colectiva que rara vez sobrevive al debut. Formados en Santiago de Chile en plena pospandemia, Candelabro se autodefinen como un grupo de nerd rock, etiqueta con la que parten de la introspección y la torpeza emocional para construir algo luminoso. Su primer disco ya apuntaba maneras (esa mezcla de indie, folk y post-rock sentimental), pero aquí el grupo se lanza a una escala mucho más ambiciosa. Setenta minutos de música, catorce canciones y un sonido que une el post-rock expansivo de Ramper con la teatralidad confesional de Black Country, New Road, filtrado por una sensibilidad profundamente chilena, marcada por la tradición poética y la herencia religiosa.

El álbum se abre con “Las copas”, un instrumental que samplea el poema “La bandera de Chile” de Elvira Hernández: escrito en plena dictadura militar de Augusto Pinochet, durante un momento de censura, represión y silencio institucionalizado, y difundido en clandestinidad. Desde ahí, “Deseo, carne y voluntad” despliega una misa contemporánea donde conviven saxos y trompetas, guitarras sin apenas distorsión, y una base rítmica de jazz quebrado: hay momentos que recuerdan al dramatismo de “Concorde” de BCNR, pero Candelabro lo traducen a su propio idioma, con una cercanía inherente al rock latinoamericano.

De entre todos, “Pecado” es su gran experimento: una suite en tres actos que empieza como ska desordenado, se quiebra en rock progresivo y termina en un estallido post-rock de guitarras y saxos en cascada. En “Cáliz”, los metales se vuelven lúgubres, casi fúnebres, y allí un sample del filósofo Humberto Maturana (“Yo vivo en el reino de Dios”) se convierte en un mantra que reafirma el pulso religioso del trabajo. En realidad, el disco está plagado de referencias católicas y al más allá: desde la portada (un cordero con una corona de espinas) hasta “Ángel” (“Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”) o “Tierra maldita” (“Oh, señor, cuántos cuerpos vas a cargar en tu nombre”).

Lo que distingue a Candelabro no es solo la amplitud de influencias (del folk progresivo al noise orquestal de Swans, del lirismo de Sufjan Stevens al pathos teatral de Scott Walker), sino la manera en que las ejecutan. Todo suena con una sinceridad desarmante, casi temeraria. “Deseo, carne y voluntad” se sitúa entre el post-rock, el art rock y el folk sinfónico, pero lo trasciende al mezclar esas formas con una raíz local, una religiosidad difusa y una ternura que nunca cae en el sentimentalismo. La producción, sin ser grandilocuente, es profundamente emocional, pensada como si se tratase de un álbum en directo. En un momento donde tantas bandas esconden la emoción tras capas de distanciamiento, Candelabro hacen lo contrario, siendo arquitectos de un sonido que se puede tocar. Por ello, han obrado el raro milagro de que un álbum tan largo, tan denso y tan local resulte universal. ∎

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