Nunca se dieron demasiados cambios en el universo sonoro de Carla dal Forno desde que dejara F Ingers y empezara su andadura en solitario en 2015-2016. Y tampoco los hay en “Come Around”, su tercer álbum, el segundo publicado en su propio sello tras “Look Up Sharp”, del 2019 (cuarto si contamos “Top Of The Pops”, del 2018, como disco largo). Todos los que la hayan escuchado alguna vez ya saben qué se van a encontrar aquí: canciones ultraetéreas de estructuras esqueléticas y atmósferas suaves con un cierto halo de misterio. Pop y post-punk suave, new wave y folk oscuro. En “Come Around” conviven algunas de sus canciones más cercanas al espíritu minimalista de Young Marble Giants; especialmente “Stay Awake”, muy hermosa, levantada únicamente sobre una línea de bajo muy sencilla, efectos subyugantes (ese misterio del que hablábamos antes) y su voz, verdadera protagonista de los 33 minutos del álbum.
Aunque el disco discurre plácido y sin sobresaltos, despuntan un par de sorpresas. La primera llega rápido, en el tercer corte: una versión lenta y hechizante de “The Garden Of Earthly Delights”, de United States Of America; tiene sentido porque se trata de uno de los grupos de cabecera de Trish Keenan y James Cargill de Broadcast, banda que a su vez siempre se ha considerado uno de los referentes clave de la compositora australiana. La otra llega un poco más tarde, con “Slumber”, y lo es por la presencia al micrófono de un partenaire masculino, el inglés Thomas Bush, bastante desconocido por aquí, con quien trenza a dos voces uno de los momentos más vibrantes de “Come Around”.
Sabemos también que Carla ha dado por cerrada (al menos de momento) su etapa europea y sus años de residencia en Londres y Berlín; ahora ha vuelto a Australia y vive en Castlemaine, un pueblo de menos de siete mil habitantes a dos horas de Melbourne. Pero, aunque en la nota de prensa se señale como un movimiento fundamental para entender el sonido del nuevo disco, la verdad es que no parece haber afectado mucho a su estilo, calmado e introspectivo desde siempre; también en los días de ajetreo en la gran ciudad. Si acaso el cambio de continente y el retorno a las raíces acentúa un poco ese halo sigiloso y extraño, el mismo, por ejemplo, de “Picninc en Hanging Rock” (1975) de Peter Weir, película también situada en las colinas y los desiertos australianos. ∎