Bautizar tu estudio de grabación como Yoko Eno es ya una rotunda declaración de intenciones, aparte de una ocurrente broma. Chad VanGaalen, canadiense de Calgary nacido en 1977, es uno de esos alquimistas multifacéticos (toca muchos instrumentos, produce a otros artistas, filma películas animadas de ciencia ficción) que tiene a bien servirse del rock como base de operaciones, cuando no de experimentaciones. No solo música eléctrica, también electrónica, aunque en ese caso firme como Black Mold para separar aficiones, si bien luego también formen parte de un mismo todo, como en este efusivo disco que nos ocupa ahora.
Es su octavo álbum, sumando la colección de instrumentales que solo publicó en su Bandcamp el pasado diciembre, y sexto para Sub Pop. “World’s Most Stressed Out Gardener” (“El jardinero más estresado del mundo”) es exuberante se coja por donde se coja, se escuche por donde se escuche. Con sus hallazgos, sus deudas y sus vacilaciones, cuarenta minutos de odiseas sonoras que transitan por el espacio de la psicodelia cósmica vía Syd Barrett, más expansiva y abierta aún que muchos de sus modernos continuadores, para meterse en distintos charcos no siempre fácilmente traducibles en modalidades concretas (vestigios de kautrock quizá como lo más identificable) ni en instrumentos convencionales, cuando usa un litófono casero, sartenes, violonchelos, ollas, tuberías de cobre rehechas en xilófonos o fragmentos de conversaciones grabadas en cinta de sus hijos pequeños. A VanGaalen no le hace falta cambiar de canción para cambiar de sonido, para alternar rock ruidoso y folk etéreo, baladas procesadas e intervalos inquietantes, arranques agresivos y desarrollos desmayados, o viceversa, dejando una sensación a medio camino entre la fascinación y la perplejidad, una perplejidad que probablemente forme parte de esa misma fascinación.
“World’s...”, que, según relató, comenzó como un disco de flauta, y aún queda un vestigio en uno de sus tres instrumentales, “Flute Peace”, fue derivando hacia algo electrónico, también hacia un animal rebelde de folk de cámara y pop experimental, y finalmente, “justo en el último segundo”, lo convirtió todo de partida en basura, en esa basura necesaria reciclable como abono, hojas y ramas listas para ser reconvertidas en flores, en analogía a las plantas que él mismo cultiva en su huerto y luego devora crudas (“Es agradable sentir las verduras en la cara”). Y el álbum respira ese espíritu de naturaleza salvaje, a la vez que es también fruto de este tiempo pandémico, tan aterrador para el alma humana como para los vegetales. Y de ahí la aún mayor necesidad de no perder el cultivo de la tierra y el estímulo intelectual de la música, como impulso y como objetivo de vida. ∎