Veterano de la IDM más musculosa y el techno más orgánico, Christopher Stephen Clark ha abierto considerablemente su terreno de juego durante la última década. Lo hemos visto participar en la renovación de las bandas sonoras de cine y, sobre todo, televisión, con su trabajo en “Rellik” (Harry y Jack Williams, 2017) como logro más alucinante. O tomar un interesante desvío neoclásico y coral en “Playground In A Lake” (2021). Y ahora se atreve a ofrecer su visión del (art-)pop en un disco esencialmente cantado, sin que eso signifique una voluntad menos exploratoria.
Lo acompaña como copiloto (o, según los créditos, productor ejecutivo) Thom Yorke, especie de espíritu gemelo con el que había intercambiado remezclas: Clark se encargó de “Not The News” y el Radiohead remodeló a su manera “Isolation”, una de las piezas del score de “Daniel no es real” (Adam Egypt Mortimer, 2019).
En el arranque con “Alyosha” se puede llegar a creer que es Yorke y no Clark quien está elevando ese falsete sobre un fondo de ritmo inquieto y cuerdas en tensión. Pero no, la voz del primero no suena hasta cerca del final, en la jazz y serpenteante “Medicine”, a la que también aporta bajo. Clark todavía parece estar buscando su propia voz como cantante; unos temas más allá, con “Clutch Pearlers”, se podría pensar que quien ha tomado el disco al asalto es Dan Snaith de Caribou. Esta última canción tiene buenos momentos, pero quizá resultaría más memorable con una estructura tradicional, como la psicodélica (es sobre un antiguo viaje con hongos mágicos) “Dolgoch Tape”, cuyo estribillo/mantra cogería un brillo diferente con alguna estrofa por medio.
Un Clark más Clark asoma en los instrumentales “Over Empty Streets”, fragmento de épica banda sonora en busca de película o serie, y “Wedding”, IDM rave de arte y ensayo con violín de Rakhi Singh y los graves potentes que podemos esperar del productor. También sin voces arranca “Forest”, uno de los cuatro temas con la Budapest Art Orchestra: soundscape como inspirado por un paisaje lejano, semiolvidado, borroso en la imagen de un sueño, al que se une una coda vocal reminiscente de Wild Beasts.
Según su autor, “Sus Dog” (bien por ese tema titular, con Anika de invitada) es un disco sobre la confianza y una colección de canciones de amor. “Town Crank” podría ser la canción que mejor define la maravilla de una conexión tranquila, casi telepática: “No necesito saber qué quieres decir”, repite una y otra vez. Algún otro tema se basa en temáticas menos reconfortantes: es el caso de “Bully”, con aires de Beach House en sus melodías y de Thundercat en su línea de bajo, que se basa en palabras de ánimo a un chaval víctima del bullying, o el esquivo final “Ladder” (“viviendo en una escalera atrapado entre dos pisos”), posible metáfora, según ha explicado el músico, de nuestro estado entre el nacimiento y la muerte. Luz y oscuridad se combinan de formas misteriosas, no siempre apasionantes, pero siempre apasionadas, así en lo lírico como en lo sonoro. ∎