El abanico de posibilidades que ofrece el saxofonista canadiense-estadounidense Colin Stetson (Ann Arbor, Michigan, 1975) en su música es bastante extenso. Además de poner su instrumento al servicio de grabaciones de gente como The National, Bon Iver, Lou Reed, Tom Waits, TV On The Radio, Animal Collective, LCD Soundsystem o Arcade Fire, ha reescrito entera la “Sinfonía nº 3 (Canciones dolorosas)” de Henryk Górecki, ha creado “Chimæra I” –una auténtica maravilla drone para saxo bajo a lo Sunn O)))– y ha compuesto inquietantes e impactantes bandas sonoras para películas de terror como “Hereditary” (Ari Aster, 2018), “El color del espacio exterior” (Richard Stanley, 2019) o la reciente versión de “La matanza de Texas” (David Blue Garcia, 2022).
En cualquiera de sus múltiples vertientes, Stetson convierte el saxofón en otra cosa, muy distinta del sonido al que estamos acostumbrados, incluso del generado por virtuosos del free jazz o bestias de la no wave (ahí podemos incluir, incluso, a Corcobado) que le hacían escupir fuego al instrumento.
En esta ocasión, Stetson se ha escapado de la rueda de trabajos de encargo en que se había metido para abordar una larga pieza repetitiva y doliente, de setenta minutos de duración (el álbum más extenso de toda su trayectoria, incluida la sinfonía de Górecki) y título quejumbroso –“cuando éramos eso que lloraba por el mar”–, escrita en recuerdo de su padre, fallecido unos meses atrás. Él mismo lo explicaba someramente a finales de marzo en una entrevista en ‘The Quietus’: “A veces ocurren cosas en la vida que no planeamos. Así que lo paré todo y escribí este disco”.
Aunque dividida en 16 piezas, varias de ellas parecen reescrituras de una misma melodía, y no nos referimos, curiosamente, a las cinco piezas tituladas “The Lighthouse”, de la 1 a la 5, que también son variaciones sobre una misma melodía, sino a “When we were that what wept for the sea”, la pieza que da título al álbum, y otras cuantas que van intercalándose a continuación: “Infliction”, “Long before the sky would open”, “One day in the sun”, “Fireflies”, “Writhen” y “Behind the sky”, en las que muestra las numerosas posibilidades de la respiración circular (de la que es uno de los más dotados intérpretes, y que le permite acercarse, incluso, al drone), que consigue asemejarse por medios naturales a la sonoridad que el fallecido trompetista estadounidense Jon Hassell conseguía mediante el uso de la electrónica. Estas piezas, de una insistencia rítmica frenética y desquiciante (adjetivo este último empleado con ánimo elogioso) no solo son las que más destacan del álbum, sino las que le otorgan un carácter épico tremendamente especial.
El ciclo “The Lighthouse”, que avanza también a saltos intercalados, es muy diferente: menos experimental y más folk gaélico. En “The Llghthouse II” aparece la gaita escocesa pequeña (se llama así, scottish smallpipe) interpretada por la joven gaitera Brighde Chaimbeul; “The Lighthouse III”, una de las dos canciones del disco, está escrita y cantada en gaélico por el cantante irlandés Iarla O’Lionaird, mientras la melodía principal es interpretada al piano. “The Lighthouse V”, la otra canción, en inglés, no está cantada, sino hablada, también por O’Lionaird.
Hasta el final del disco no habíamos asistido en ningún momento a una sensación de réquiem, y esta llega con la última pieza, “Safe with me”, en la que el saxo parece sonar como un didyeridú apoyando las melancólicas melodías vocales que emite el propio Stetson, que recuerdan a la melodía principal de “The Lighthouse” y en la que creemos escuchar un lloriqueo, el único momento, pese a los varios momentos sombríos que hemos escuchado antes, en el que Stetson parece dejarse llevar por la tristeza y el llanto y anhelase ser consolado de su sufrimiento. ∎