Es obligado comenzar recalcando que “La verdad” (2020) fijó un antes y un después en la trayectoria de Dani Llamas. Después de dos décadas circulando por un territorio de plena influencia anglosajona –hardcore, punk, power pop o americana–, adscrito a nombres como G.A.S. Drummers, The Ships o el suyo propio, el músico jerezano descubrió las potencialidades de sus raíces y se lanzó a una reinvención estilística propulsada por el influjo flamenco, interpretada en español, y surgida “casi por revelación divina”. Aquel quinto álbum abrió una veta con múltiples recelos que Llamas supo sortear concertando devoción y compromiso a partes iguales y que se concretó en una búsqueda de esa esencia, de ese pellizco, capaz de armonizar sin rigideces origen y bagaje.
“A fuego” profundiza en este escenario desde una configuración más elaborada y menos urgente que su predecesor; con más recovecos y capas, pero también con más capacidad de respuesta. Anticipado por un “Qué bien me sabe tu nombre” junto a Rosario La Tremendita, el álbum fue concebido en principio como un EP de seis canciones, aunque el caudal de ideas que lo generó terminó por duplicar su contenido. En su meollo sigue estando la vocación de Llamas por convertir el flamenco y sus muchos palos en “una fuente interminable de inspiración para hacer canciones de pop y de rock”. Y la dedicatoria “en recuerdo de José Menese Scott, Antonio Cruz García, Pastora Pavón Cruz, Antonio Núñez Montoya, Ana Blanco Soto, Manuel de los Santos Pastor y otras voces inmortales de mi pueblo” así lo manifiesta en sus créditos para certificarlo en títulos que ajustan su valija rock con palos flamencos como soleá, seguiriya, petenera, tientos o taranto.
Dani Llamas también se responsabiliza de textos que oxigenan el regusto popular, excepto en los casos de “El mundo es un desengaño” (popular, interpretada originalmente por Antonio Núñez “Chocolate”), la citada “Qué bien me suena tu nombre” y “Romance de Juan García” (escritas por Francisco Moreno Galván e interpretadas por José Menese), hasta remarcar un discurso crítico y reivindicativo –“¿Qué dice la ley? / Si yo no tengo patria / Ni Dios, ni rey”– inherente a su propio pensamiento.
Evadiendo las amenazas del pastiche, el músico del barrio de Santiago hace prosperar estos preceptos, modulando con ingenio y cadencia tanto su decisiva aportación vocal como un ajustado componente instrumental y de producción –con Rafa Camisón y Sebastián Orellana (Dios Perro) a los mandos–, enriquecido por la voz de Ramón Rodríguez (The New Raemon) en “Ya no siento los golpes”. Si sumamos el estupendo trabajo en la ilustración y diseño de Dora Torralvo, el acumulado brilla por su sincretismo estético, pero, sobre todo, por la facultad para transmitir ese profundo atributo vital y emocional que comparten flamenco y rock y que facilita que ambos mundos dialoguen con honestidad y sin aprensiones en discos tan valiosos como este. ∎