Álbum

Daphni

CherryJiaolong, 2022

Recuerdo que hace tiempo, en una entrevista, Dan Snaith contaba el impacto que supuso para él meterse de lleno en la cultura de clubes de Londres recién aterrizado de Manitoba, su lugar de nacimiento. Aunque era joven, Snaith no era ningún novato: llevaba ya tiempo trabajando bajo el nombre del estado canadiense que lo vio nacer (antes de que tuviera que cambiarlo por cuestiones legales) y ya había publicado, como mínimo, el excelente “Start Breaking My Heart” (2001), en Leaf. Ese contacto directo con el clubbing y la bass music dominante en la capital británica por aquel entonces (él mismo comentaba también que solía tener diez años más que los chavales que salían de fiesta sin que ello le importara en absoluto o le impidiera disfrutar de la experiencia) influyó decisivamente en sus pasos posteriores: quizá no de forma tan evidente en la creación de Caribou, pero sí muy directamente en la invención de Daphni y el sello Jiaolong.

“Cherry” es ya el tercer LP de Snaith con su alias “dance”, tras ese lozano debut que fue “Jiaolong” (2012) y su caleidoscópica continuación, “Joli Mai” (2017), que contenía once temas de su mix para la serie Fabric publicado unos meses antes. Una década después de parir el proyecto y tras innumerables noches en pistas y cabinas de todo el mundo, Snaith parece sentirse liberado de presiones internas y externas para poder experimentar con lo que le venga en gana sin tener que elaborar demasiado el discurso, ni a nivel conceptual ni sonoro. “Cherry” es un disco poco cohesionado, de tracks sueltos que viven cada uno en su universo; todos mirando a la pista, cómo no, y todos ellos construidos a base de loops y líneas simples que buscan (y encuentran) la efectividad sin atender demasiado a conceptos como “originalidad” o “emoción”.

Muchos de los mejores cortes del disco son repetitivos y obsesivos, casi como sketches o pruebas de patrones rítmicos alargados: “Mania”, “Crimson”, “Mona” y “Arrow” suenan básicos ya desde sus títulos, directos y frescos como un vino sin barrica, éxtasis puro y suave, sin adulterar. En ese sentido, “Cherry” puede incluso leerse como un disco para DJs, aunque Snaith ha tenido la delicadeza y el buen tino de no llevar las piezas hasta los seis o siete minutos (solo “Clowdy” los alcanza), manteniéndose en un formato más cercano al pop. De esta forma consigue al mismo tiempo excitarnos con varios de sus hallazgos (el teclado detroitiano de “Arrow”, muy a lo Theo Parrish; los pianos funk de “Amber”; el bizarrismo asiático de “Always There”) y no aburrir en el demasiado a menudo farragoso paso del doce pulgadas al formato álbum. ∎

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