Muchos dábamos por perdidos a Death Cab For Cutie tras la marcha del multinstrumentista y productor Chris Walla en 2014. Ya hacía unos años que el interés por la banda de Seattle había comenzado a decaer –no comercialmente en EEUU, pero sí a nivel de críticas– ante su pérdida de gancho compositivo y la constatación de que, en su estatus de banda de indie rock melancólico para universitarios de mediana edad, grupos como The National les habían ganado la partida.
Pero, cuando nadie lo esperaba, y tal vez espoleados por la libertad que ofrece esa falta de expectativas, se han descolgado con un sorprendente décimo álbum que se acerca a la inspiración de sus mejores tiempos. No sucede tanto en los textos de Ben Gibbard, que a menudo abusa de las rimas perezosas. “Here To Forever”, por ejemplo, es una bonita invocación al cine de los años 50 con formas cercanas a New Order, pero se arruina cuando rima “above” con “love” y “forever” con “whatever”. En la igualmente nostálgica “Fragments From The Decade”, lo hace con “long” y “belong”, algo bastante indigno de un compositor normalmente más hábil, y en “Pepper” crea una buena imagen, “Sgt. Pepper with the faces of friends”, pero la estropea con el siguiente verso, “but the names all elude you in the end”. La más emotiva es “Wheat Like Whales”, una historia como aquellas que contaba a principios de los 2000, incluyendo una hermosa cita a Prefab Sprout.
Aparentemente, los miembros de la banda, capeando la pandemia, utilizaron un método creativo basado en la composición en cadena. Con la complicidad en la producción de John Congleton, ha derivado en una construcción de los temas inquieta e imaginativa, con detalles sonoros cambiantes que consiguen que nunca decaiga el interés. 25 años de trayectoria no es moco de pavo, y Death Cab For Cutie siguen mereciendo atención. ∎