Señalaba en una entrevista reciente Joan Pons, alma y cerebro de El Petit de Cal Eril, el momento más o menos exacto en que se dio cuenta de que el método Cal Eril, ese Kilimanjaro de teclados flotantes y audiobelleza en Cinemascope, ya no daba más de sí. Ocurrió tras un concierto de la gira de presentación del anterior “N.S.C.A.L.H.” (2021), cuando un fan fue a saludarlos, alabó lo visto y oído durante la actuación y, acto seguido, añadió una inquietante coletilla. “Ya está bien de tanta perfección y orfebrería, ¿no?”, les dijo. Mazazo y jarro de agua congelada. “Saltaron algunas alarmas. Necesitábamos dar un paso en otra dirección”, reconocía Pons.
Cuatro años después, desinflada la pompa y recuperada la esencia, ese paso es “ERIL ERIL ERIL”, triple salto mortal no hacia delante ni hacia atrás, sino hacia un lado, con el que la banda de Guissona se crece en la (aparente) sencillez. “Jo ja no soc el centre / Jo ja no soc qui era”, que canta en la inaugural “Jo ja no soc qui era”.
Años de silencio y reflexión y un feliz infortunio –el teclista de la banda, Artur Tort, no llegó a tiempo para grabar y decidieron prescindir de los teclados– es todo lo que han necesitado para arribar al feliz traqueteo de “Ara no sé què dir-te” y desparramarse con el zumbido de guitarras de “Tantes vegades”, el impetuoso arreón de “Totes les lleis dels homes” y el brillo radiante de “Riu avall”. Dream folk sedoso, pop sin demasiadas alhajas y canciones de fino alambre dorado en primer plano. Una pizca de Talking Heads como de andar por casa, el fantasma de “Blackwater” agazapado en una esquina y la mano del productor Luke Temple aportando frescura al conjunto.
Tampoco es que los catalanes, enloquecidos, se hayan pasado al death metal y le hayan retirado el saludo a “La força” (2016) o “Energia fosca” (2019). Al contrario: casi todo en “ERIL ERIL ERIL” es plenamente reconocible, pero la descompresión de la producción, el menos es más, se traduce en un disco mucho más orgánico y pulsátil; un álbum que bombea vida y sangre en tiempo real mientras se deja llevar por el sutil aleteo de “Aigua fosca”. Coros brianwilsonianos, puntería melódica y sonido más enérgico que pulcro. Crudeza eléctrica para combatir los algodones, groove funk aplicado con destreza y trote casi punk para imprimir un poco de velocidad. La metafísica, parece, puede esperar.
Por contra, ahí están las emociones adultas llevando el disco, el noveno ya, más allá de la zona de confort de la juventud. Queda claro con “Jo ja no soc qui era” y se repite aquí y allá, constatando en los versos de “Una invisible part de tu” o “La pau i l’oblit” que esto va de sumar años, envejecer y hacerse no necesariamente más sabio pero sí más consciente de que todo cambia. Y bien está que así sea. ∎