El músico francés Flavien Berger explora las posibilidades del pop electrónico en cada uno de sus nuevos trabajos discográficos. Y lo hace desde una delgada línea entre melodía y experimentación. Se acercó más a la electrónica en sus primeros EPs, allá por 2014, para luego ampliar horizonte creando bandas sonoras para películas o dando forma y sentido a lo que es la nueva chanson française. A sus 36 años, el parisino apunta muy alto y con “Dans cent ans” alcanza su cota musical más elevada. Berger posee una musicalidad curiosa, inquieta y dotada de gran talento e inventiva a la hora de crear paisajes sonoros, melodías, armonías, desarrollos. Una suerte de pop bizarro, en “Berzingue”, por ejemplo, que juega con el formato de la canción pop, pero lo estira en duración hasta los más de seis minutos –en “666666”– o incluso a los más de quince minutos en “Dans cent ans”, una de esas composiciones fabulosas que contiene varias canciones dentro de una, con unos arreglos clásicos impresionantes.
En su particular odisea musical, Berger busca y rebusca en las melodías, por ejemplo las de “Jericho”, una manera de ubicarse en el mundo. Las doce canciones que componen este álbum indagan en el sentido de la canción, perfilando su sonido en zona luminosa –“D’ici là”, “Les yeux, le reste” y “Soleilles” suenan espléndidas– pero con muchas aristas, porque su música aporta matices, estira los límites o juega con reverberaciones, como en “Pied-de-biche”. Recuerda a un Julian Cope pero aún más particular y peculiar o a unos Astrud o Hidrogenesse muy singulares, experimentando hasta las posibilidades del hit anticomercial con “Feux follets”, pero con un tremendo punto pegadizo.
En “Étude sur voix MMXXIII” se adentra en las posibilidades expresivas de la voz como instrumento, sin letra, a vuelo libre, como queriendo tocar las profundidades del alma. Y en “Nouveau nous” nos mece en una balada juguetona de synthpop onírico y nos expone a la incertidumbre: “Ya con el delta / Me temía / Aquí, no sé / ¿Cómo navegar? / Hacia un nuevo nosotros”. Al final del trayecto uno se encuentra con que todo ha sido un bonito sueño, un poco lisérgico o alocado, otras veces más pausado, pero en definitiva una bonita manera de olvidarse de la realidad e indagar en la imaginación sonora. Con Berger es posible evadirse de una manera risueña, divertida, gozosa o surrealista. Y lo bien que nos quedamos. Intuyo talento para rato en Flavien Berger. Tiempo al tiempo, porque seguro que nos regalará obras mayores, como ya hizo otro enfant terrible como Philippe Katerine. ∎