El primer disco de Gia Margaret (casi por entero) sin letras surgió por necesidad: “Mia Gargaret” (2020) fue su respuesta ambient a una enfermedad que la dejó sin poder cantar. Pero algo ocurrió en aquel salto del estilo songwriter de “There’s Always Glimmer” (2018) a algo más abstracto, escurridizo, e imposible de definir. Lo que parecía premio de consolación resultó ser una bendición.
Porque se abría ante Margaret la opción de ser más libre y hacer siempre la(s) clase(s) de música que le apeteciera(n). Su tercer álbum, primero para Jagjaguwar, es diferente a los dos anteriores (y los siguientes, según ha explicado en alguna entrevista, también lo serán): se trata de una obra centrada en el piano, el instrumento con el que aprendió a componer y al que ha querido volver con mentalidad de principiante, tratando de desandar lo aprendido.
Esta principiante, en realidad, sabe mucho. Sabe del protominimalismo de Erik Satie, de las bandas sonoras para anime de Takagi Masakatsu y, probablemente, del catálogo indietrónico de Morr Music de principios de los dosmil. Pero también sabe hacer como si nada de eso pasara por su cabeza en ese momento y cada pieza naciera de la intuición más pura y con menos interferencias. En lugar de refinarlas, Margaret parece haber querido mantenerlas en un estado casi germinal (varias no alcanzan los dos minutos) y preservar un aire DIY en las grabaciones, dejando espacio siempre para las imperfecciones o llenando la atmósfera de sonidos naturales.
“Romantic Piano” no suena a lo que indica el título, sino a muchas otras cosas. “Hinoki Wood” es un arranque relajante con algo de pista falsa: este no es, en realidad, un disco para escuchar mientras se quema incienso de ciprés japonés, como ella misma hizo para grabar el corte inicial; sus temas son demasiado diversos y en ellos pasan demasiadas cosas en poco tiempo. “Ways Of Seeing”, titulada así seguramente por John Berger, se basa en un bucle casi techno que apreciaría The Field. Sus crujidos de hojas secas dan paso a las cigarras de “Cicadas”, con una melodía tierna que remite a la clásica contemporánea de Ólafur Arnalds o Hauschka.
Las sorpresas son realmente constantes. A mitad de viaje llega una canción con letra y de casi cuatro minutos: “City Song”, variación sutil del estilo que practicó en su primer disco. Pero justo después nos regala la más corta, “Sitting At The Piano”, especie de improvisación con pájaros al fondo que otros habrían usado como introducción del álbum. Y justo después, en lugar de sentarse al piano, lo que hace Margaret es marcarse una “Guitar Piece” con algo de new age de la buena. Y justo después, invita a David Bazan a tocar la batería en “La langue de l’amitié”, que por su beat con sonido de chapoteo hace pensar en el influjo de múm, como la posterior “2017”, que igual debió llamarse “2002”, año de publicación del “Finally We Are No One” de la mágica troupe islandesa. Algún día, alguien compondrá “2023” en homenaje a este precioso “Romantic Piano”. ∎