Llegados ya a la decena de LPs, este colectivo proveniente de Salford (mítica cuna del pop mancuniano) da un viraje en su cuaderno de bitácora para ofrecernos una grabación que fluye como el resultado etéreo de largas jams recortadas, como si de un montaje sónico de Teo Macero se tratase (si este se hubiera dedicado a trabajar con la facción más astral de la generación krautrock original).
Así de indescriptible suena el nuevo LP de Gnod, una formación capaz de cruzar a PiL con The Fall, de hacer la versión más cruda del post-metal o de extraer psicodelia arábiga de la distorsión noise.
Como buenos culos inquietos que son, para esta ocasión han decidido extirpar el gen violento de su ADN y se han lanzado en pos de la hipnosis labrada a golpe de ensoñación eléctrica.
Con estos mimbres, “Spot Land” se sostiene a través de cinco ejes, a cada cual más brillante que el anterior. Siguiendo esta pauta, “Peace At Home” está estructurada sobre voces sacras, extraídas de un sample de coro benedictino, flotando por encima de una base acústica que suena como si Popol Vuh se dedicaran al slowcore. No obstante, el hi hat obsesivo y el bajo inducen a una sensación acuática, realzada por un repetitivo sonido aletargado de sirena.
Por su parte, “Luz natural” emerge a través de golpes de piano en un mantra repetitivo, donde la sombra de Florian Fricke es todavía más alargada que en el tema anterior.
Le sigue “Dream On”, una fascinante muestra post-punk psicodélica. Magia de ondas circundando una línea de bajo belicosa que da como resultado un esfuerzo único que podría colar en el memorable primer álbum de Tortoise. Y la efervescencia prosigue con “Khapal Bhati”, abstracción total de sensibilidad india en la que todo suena como vivir en un mal sueño.
Tras haber mostrado un viaje sin billete de vuelta hasta el momento, alcanzamos el clímax total con “Pilgrim’s Progress”, quince minutos de belleza pura incorpórea. Electricidad surreal contenida por una línea de bajo oceánica donde el mantra alcanzado se mantiene en contradicción constante con el sonido de un coro cristiano entonando un canto en una iglesia de las Azores; la religiosidad y lo profano se cruzan a lo largo y ancho de un discurso sonoro que abre conciencias con el poder de un bisturí clavado en el cerebelo.
Muy reveladoramente, el efecto logrado no difiere en lo esencial de las batidas noise drónicas con pulsión tipo The Fall a las que nos tenían acostumbrados en trabajos tan fascinantes como “La mort du sens” (2021) o “Hexen Valley” (2022).
Este plano más meditativo y ausente de agresividad resuena como la mutación natural de un grupo que, ante todo, gestiona como nadie la capacidad de articular atmósferas de hipnótica atracción visceral. Y que con este trabajo abre una nueva dirección que igual tiene continuidad, o no, pero que, en cualquier cosa, demuestra lo que ya sabíamos: estamos ante la propuesta más provechosa de la ortodoxia post-noise que nos han deparado las Islas Británicas en estos últimos años. ∎