Diverso, dúctil y muy convincente. Capaz de poner de acuerdo a oyentes de la generación Z, de la X y millennials. Una cuadratura del círculo de hechura inverosímil, sí. El nuevo trabajo de Goa es un innegable salto hacia adelante. Y también la prueba (¿otra más?, ¡oído, puretas con orejeras!) de que no hay géneros enteramente impermeables ni eternamente encerrados en sí mismos. Se llamen como se llamen. Dispongan del recorrido del que dispongan.
Decisivamente desligado de las connotaciones restrictivas de esa etiqueta de epítome del trap emo con la que emergió, el valenciano va mucho más allá de lo que ya perfilaban discos como “Segador de almas” (2019) o “Inmortal” (2019), sin que su “Unplugged” (2021) haya sido tampoco un indicador de por dónde irían los nuevos tiros, sino tan solo un paréntesis.
Siempre se le notó, en mayor o menor medida, que le pirran las guitarras. La sombra de Nirvana, del grunge, del rock alternativo de los años 90 y del emo que brotó de aquellos tiempos y luego fue reconvirtiéndose en otra cosa muy distinta. Pero este “Ultramaldad” es tan abiertamente rock (y pop) que parece casi otro Goa distinto al que irrumpió hace tres años con el corte “Yeyo en mi iPhone” y aquella colaboración con Yung Beef en “Guns N Roses”. ¿Nuestro Lil Peep? En absoluto. Nunca estuvo más lejos.
Grabado a lo largo de casi dos años en tres ciudades diferentes, desde Nueva York con el estadounidense fish narc (miembro del colectivo GothBoiClique y acicate esencial de su sonido en los últimos tiempos) y Vitoria-Gasteiz con LocoAlien, pasando por Madrid, donde reside y trabajó con su habitual Pochi Sempere, este es un trabajo que enseña sus cartas desde el principio: el bajo de “Un chico de ciudad” recuerda al del “Let’s Go Surfing” de The Drums y sus guitarras a cualquier hit de The Strokes. Es un jab directo al mentón, sin posible repliegue. El primer claro regate a su propia sombra. Porque todo suena más diáfano, menos turbio, algo más luminoso. Incluso sus textos, que siempre han reflejado el sexo sin demasiado compromiso, la sensación de abandono, el surtido de tranquilizantes y esa desazón generacional de quien no tiene demasiado que perder, se han ido matizando bastante, como muestra la tierna vulnerabilidad sin conservantes de esa “Mala fama” (con LocoAlien) que tanto recuerda a Blink 182.
Más aspirantes a clásicos instantáneos: “In The City”, con su ya habitual aliado fish narc, que suena a pop trepidante (me recuerda a los valencianos Polock), o la adrenalínica “Vomito en mi chaqueta”. De ahí en adelante, “Ultramaldad”, primera referencia suya en Metales Preciosos (sello creado este mismo año por Charlie Sánchez, uno de los fundadores de DRO y expresidente de Warner), transita terrenos más sutiles o sombríos, con beats sincopados que bordean lo industrial (“Demonios”, con Duki), guiños a los Nirvana menos explosivos (“El Kaza”) y el sucinto pero elocuente dueto que forma junto a La Zowi en “El último en el infierno”.
Prevalece en todo caso la estampa de un músico inquieto, en continuo movimiento, consciente de sus filias pero también de su poliédrica forma de transpirarlas en canciones de cuño enteramente propio. ∎