Hace unas semanas, se produjo una anécdota curiosa cuando en un foro de fans de R.E.M. se discutía el contenido exacto de los versos de “It’s The End Of The World As We Know It” –confuso por no haberse publicado oficialmente la letra y por la veloz y sureña dicción de Michael Stipe– cuando el mismísimo autor terciaba para aclarar estrofas completas ante los atónitos fans. Si en Reino Unido o los Estados Unidos tenían problemas de escucha, imaginad aquí con un B1 o un B2, o ni eso. Pero ¿qué más da?: ¡lo que se ha disfrutado ese pepinazo por estos lares!; y es que en el pop, las letras pueden ser importantes, pero el lenguaje musical siempre está por encima. Viene esto a cuento por la apuesta de Gruff Rhys por el galés para su nuevo trabajo, por tercera vez en su carrera en solitario y cuarta en total, contando con “Mwng” (2000) de Super Furry Animals. La cálida e intimista voz de Rhys llega al oído como si cantase individualmente a cada oyente, transmitiendo unas sensaciones tan tangibles que uno se olvida de que no está entendiendo ni jota. Tras “Sadness Set Me Free” (2024), un preciosista álbum, con arreglos de cuerda y vientos a lo Burt Bacharach –y canciones tan emocionantes como “Bad Friend”–, sin dar un volantazo brusco, ha virado a un formato más esencial, acústico, con detalles de piano, algún viento puntual y combinando baterías suaves con patrones básicos de electrónica. Lo grabó en Bristol con unos pocos músicos y amigos y el productor Ali Chant (Yard Act, PJ Harvey).
Según él mismo cuenta, no estaba pasando un buen momento y estas canciones le han servido para exorcizar en parte sus fantasmas; “Dim Probs” significa algo así como “no problem”. Ironía que no falte. El disco empieza sin prisa, con “Pan Ddaw’r Haul I Fore”, que describe un amanecer recibido con pausada psicodelia acústica, y va cobrando el pulso poco a poco como si el propio Gruff fuera espabilándose tras salir de la cama. El suave ritmo bossa nova de “Saf Ar Dy Sedd” –que vuelve a utilizar en la titular– antecede a uno de esos medios tiempos de melodía perfecta, recurrentes en el galés: “Taro #1 And #2”. La letra versa sobre la aceptación de la muerte que nos visitará a todos algún día, y es de las pocas, lamentablemente, que cuenta con la trompeta de Gavin Fitzjohn, que al irrumpir con determinación invoca a los Love del “Forever Changes”(1967). Otra de las canciones que se salen del tono calmoso es “Chwyn Chwyldroadol” (de pronunciación imposible para profanos). En ella le canta hasta con cierto jolgorio –acompañado a los coros por la omnipresente Cate Le Bon y H Hawkline, que también están en la inicial– a las revolucionarias hierbas que invaden su jardín. Tras otro magnético medio tiempo, que remite al pop del norte de California, como “Adar Gwyn”, llega una muestra de esa electrónica casera –que en principio iba a ser el leitmotiv de todo el álbum– y sugerente, que lo acerca a la sensibilidad de Damon Albarn en solitario: “Gadael Fi Fynd” (“déjame ir” es la traducción).
“Acw”, el cierre, empieza con la misma calma acústica del inicio, y aunque no acelera el ritmo, cobra en intensidad con los vientos afrobeat que acentúan el aire misterioso del tema, un “allá” que solo Gruff Rhys conoce. Fuera de listas de lo mejor del año, sin excesiva presencia en nuestros escenarios, y con un ritmo de producción alto –alternando bandas sonoras y otros proyectos musicales–, se está labrando una carrera casi de culto, ajeno a las modas del momento. Su música no es difícil, solo hay que pararse a escuchar. Y para el entrante otoño pocos discos serán más reconfortantes que este “Dim Probs” del encantador superpeludo animal galés. ∎