Es importante saber a quién pertenece el aire que respiras. El pasado es encantador y no entraña riesgos cuando te dedicas a corretear por su superficie. Es un lugar agradable para quedarse un momento antes de escarbar más adentro. Lo que acabas de leer son frases que he sacado del libro “La Casa del Diablo” (2022), de John Darnielle (el de The Mountain Goats), cada una hija de su página, pero las tres dando para un hilvanado. Jugando con ellas se podría hacer un resumen de lo que significa este disco para Israel Fernández, en el que el cantaor de Corral de Almaguer (Toledo) demuestra cuánta razón tiene la primera de esas sentencias y cuánto le gusta a él, con los pulmones llenos, saltarse la segunda para acabar acampando en el final de la tercera (“dentro del amor, de la afición que le tengo al flamenco desde que nací de chiquitito, son cosas que se nace con ellas y después se mejoran, y yo voy a cantar con toda mi admiración y nobleza y cariño a ustedes, con toda la humildad y el respeto, con todo mi corazón para ustedes”, empieza diciendo antes de abrir el disco con la taranta “La señorita”).
Son cinco cantes los que aquí se escuchan (además de la citada taranta, hay soleá, granaínas, seguiriyas y fandangos), grabados en directo en varias peñas flamencas emblemáticas (de Córdoba, Jerez, Málaga, Almería, Granada) donde Israel, con el acompañamiento a la guitarra de un veterano aficionado, Antonio El Relojero, madrileño de Colmenar de Oreja, con quien quince años atrás hizo pareja en un concurso (que ganaron), ha estado actuando este último par de años. Todo tiene un regusto a clásico, a personalidad sobria, a dominio enciclopédico traído al presente, como esos fandangos de Manuel Vega, El Carbonerillo, con los que se remata el disco. Porque es bien bonito –y emociona– recuperar la grabación de 1929 donde El Carbonerillo, con Niño Ricardo a la sonanta, cantaba lo de “con las lágrimas se va la pena grande que se llora, la pena grande es la pena que no se puede llorar, esa no se va, se queda” y compararla con esta versión que, casi un siglo después, han registrado Israel y El Relojero. Correa de transmisión. O hacer lo propio con la soleá “En ti mi pongo a pensar”, yendo hacia la grabación –buscar bajo el título “Santa Justa y Rufina”– que hizo Antonio Mairena en el disco “Triana, raíz del cante” (1974). Correa de redefinición. O volver otra vez a 1929 para meterse en la granaína “De cuestiones de querer” que entonces grabó La Niña de los Peines con Ramón Montoya al toque y a continuación adentrarse en la toma que de ese cante hay en este disco (ojo aquí a El Relojero, saliéndose del mapa), al que remata por todo lo alto (“de cuestiones del querer se puso en tiempo una escuela, de cuestiones del querer aprendieron unos pocos, y su paradero fue ir a la casa de los locos”). Correa de amor al cante. La única pega, que se hace corto. Que quiere uno más. Igual podrían sacar una segunda parte. ∎