En la cultura griega antigua, el peán era una danza dirigida al dios Apolo en la que se trataba de hacer el mayor ruido posible para ahuyentar a los demonios, y el catartai era la persona encargada de llevarlo a cabo. Milenios más tarde, en la cultura anglosajona apareció la figura del comepecados, que tomaba los pecados de un recién fallecido para que este pudiera hacer el tránsito entre la vida y la muerte. Khanate, con su mezcla de drone, black metal comatoso y noise sin cuartel, parecen actuar a modo de modernos catartai y devoradores de pecados. Casi como si su música, metal extremo y experimental, quisiera trascender lo meramente artístico para tomar el rol de chamanes eléctricos en rituales sónicos de magia druídica.
El grupo originario de Nueva York ha reaparecido tras catorce años de silencio y sin previo aviso entregando el que muy probablemente sea su mejor disco, “To Be Cruel”. Alan Dubin, cantante del cuarteto, ha dicho de este nuevo disco que “retrata visceral y metafóricamente un destino autoinmolado que tal vez culpa irónicamente a entidades externas”. O sea que alegre no es. El quinto álbum en su discografía es un monolito de tres cortes, a cuál más intenso, y su duración total es de algo más de una hora. “Like A Poisoned Dog” es el primero de esos tres cortes y, con sus diecinueve minutos de duración, es también el más breve. Durante sus primeros compases (hablamos de los primeros cinco minutos), la guitarra de Stephen O’Malley (conocido mayormente por ser miembro de Sunn O))) y capo de la discográfica Southern Lord), el bajo distorsionado de James Plotkin (con una extensa carrera en solitario como músico y productor, además de miembro de OLD –junto a Alan Dubin– y colaborador en otros proyectos en los márgenes del metal como Isis o Scorn, entre otros) y la batería contenida de Tim Wyskida (también en Blind Idiot God) van creando la atmósfera de opresión sonora perfecta para que la voz de Dubin irrumpa como un cuchillo para conducirnos por un camino de horror, desesperación y tortura psicológica. “It Wants To Fly”, segunda del repertorio, es otra dentellada desgarradora a cámara superlenta. La mejor de la tríada es la que cierra y da título al álbum, que alterna momentos de calma tensa con otros de máxima intensidad.
En general, como ya había sido habitual en su discografía previa (con pocos cambios estilísticos relevantes, cuando no imperceptibles para el oyente esporádico), se toman su tiempo para desarrollar ambientes y estructuras. Hay quien es incapaz de enfrentarse a tamaña parsimonia, pero es que esta no es una propuesta para todos los públicos. Si hay una banda capaz de expresar con su música el lado más oscuro del ser humano, esos son ellos. Como una película de horror, como el gore más extremo, así suena el cuarteto estadounidense. Circulan leyendas que hablan de gente incapaz de soportar la intensidad de sus descargas en directo, de náuseas entre el público ante lo explícito de sus letras. Unas letras que adquieren un cariz especialmente abrumador gracias a la interpretación extrema y (física y psicológicamente) tortuosa de su cantante.
El grupo con el que más fácilmente se les puede emparentar es Sunn O))), con quienes comparten una extraordinaria capacidad de generar intensidades casi insoportables para ese público que se acerca a su sonido a modo de turista accidental. Pero es que Khanate van un paso más allá en términos de tortura sonora. Su música no es para cualquiera porque requiere de un esfuerzo importante por parte del oyente, que no solo ha de emplear tiempo y atención a lo que escucha, sino que precisa de una predisposición específica y una abierta tolerancia a lo extremo. En manos de cada cual estará decidir y valorar si el sacrificio requerido merece la pena y si su efecto resulta catártico (de catartai, ¿recuerdas?) o demasiado tortuoso. En cualquier caso, su escucha supone toda una experiencia (arriesgada, valiente y absolutamente única) que hoy por hoy muy pocos artistas son capaces de ofrecer. ∎